Concordia:
Ante todo, nos gustaría saber cuál
es el objeto de su reflexión en la
actualidad. Hemos seguido el
desarrollo de sus últimos análisis
y, concretamente, su curso en el
Colegio de Francia del año 1982
sobre la hermenéutica del sujeto y
nos gustaría saber si su
preocupación filosófica actual sigue
estando determinado por el eje
subjetividad-verdad.
Foucault:
En realidad ese fue siempre mi
problema, incluso si he formulado de
un modo un poco distinto el marco de
esta reflexión. Siempre he
pretendido saber cómo el sujeto
humano entraba en los juegos de
verdad, y ello tanto si se trataba
de juegos de verdad que adoptan la
forma de una ciencia, o que adoptan
un modelo científico, como si se
trataba de aquellos otros que se
pueden encontrar en instituciones o
en prácticas de control. Ese es el
objeto de mi trabajo en Las
palabras y las cosas, en donde
he intentado ver cómo en los
discursos científicos el sujeto
humano va a ser definido como
individuo que habla, que vive y que
trabaja. En los cursos del Colegio
de Francia he puesto de relieve esta
problemática en su generalidad.
Concordia:
¿No se ha producido un "salto" entre
su problematización anterior y la de
la subjectividad/verdad,
concretamente a partir del concepto
de "cuidado de uno mismo"?
Foucault:
El problema de las relaciones
existentes entre el sujeto y los
juegos de verdad yo lo había
enfocado hasta entonces bien a
partir de prácticas coercitivas –
tales como la psiquiatría y el
sistema penitenciario –, bien bajo
la forma de juegos teóricos o
científicos – tales como el análisis
de las riquezas, del lenguaje o del
ser viviente –. Ahora bien, en mis
cursos en el Colegio de Francia he
intentado captar este problema a
través de lo que podría denominarse
una práctica de sí mismo que es, a
mi juicio, un fenómeno bastante
importante en nuestras sociedades
desde la época greco-romana – pese a
que no haya sido estudiado –. Estas
prácticas de sí mismo han tenido en
la civilización griega y romana una
importancia, y sobre todo una
autonomía, mucho mayores de lo que
tuvieron posteriormente cuando se
vieron asumidas, en parte, por
instituciones religiosas,
pedagógicas, de tipo médico y
psiquiátrico.
Concordia:
Se ha producido por tanto en la
actualidad una especie de
desplazamiento: estos juegos de
verdad ya no tienen tanto que ver
con una práctica coercitiva, cuanto
con una práctica de auto-formación
del sujeto.
Foucault:
Así es. Estamos ante lo que se
podría denominar una práctica
ascética, confiriendo al ascetismo
un sentido muy general, es decir, no
tanto el sentido de una moral de
renuncia, cuanto el ejercicio de uno
sobre sí mismo mediante el cual se
intenta elaborar, transformar, y
acceder, a un cierto modo de ser.
Entiendo pues el ascetismo en un
sentido más general que el que le ha
conferido, por ejemplo, Max Weber,
pero, pese a todo, mi análisis va en
cierto modo en la misma línea de
Weber.
Concordia:
Se trata de un trabajo de uno sobre
si mismo que puede ser comprendido
como una determinada liberación,
como un proceso de liberación.
Foucault:
Tendríamos que ser en lo que se
refiere a esto un poco más prudentes.
Siempre he desconfiado un tanto del
tema general de la liberación, en la
medida en que, si no lo tratamos con
algunas precauciones y en el
interior de determinados límites, se
corre el riesgo de recurrir a la
idea de que existe una naturaleza o
un fondo humano que se ha visto
enmascarado, alienado o aprisionado
en y por mecanismos de represión
como consecuencia de un determinado
número de procesos históricos,
económicos y sociales. Si se acepta
esta hipótesis, bastaría con hacer
saltar estos cerrojos represivos
para que el hombre se reconciliase
consigo mismo, para que se
reencontrase con su naturaleza o
retomase el contacto con su origen y
restaurase una relación plena y
positiva consigo mismo. Me parece
que este es un planteamiento que no
puede ser admitido así, sin mas, sin
ser previamente sometido a examen.
Con esto no quiero decir que la
liberación, o mejor, determinadas
formas de liberación, no existan:
cuando un pueblo colonizado intenta
liberarse de su colonizador, estamos
ante una práctica de liberación en
sentido estricto. Pero sabemos muy
bien que, también en este caso
concreto, esta práctica de
liberación no basta para definir las
prácticas de libertad que serán a
continuación necesarias para que
este pueblo, esta sociedad y estos
individuos, puedan definir formas
válidas y aceptables de existencia o
formas mas válidas y aceptables en
lo que se refiere a la sociedad
política. Por esto insisto más en
las prácticas de libertad que en los
procesos de liberación que, hay que
decirlo una vez más, tienen su
espacio, pero que no pueden por sí
solos, a mi juicio, definir todas
las formas prácticas de libertad.
Nos encontramos ante un problema que
me he planteado precisamente en
relación con la sexualidad: ¿tiene
sentido decir liberemos nuestra
sexualidad? El problema ¿no
consiste más bien en intentar
definir las prácticas de libertad a
través de las cuales se podría
definir lo que es el placer sexual,
las relaciones eróticas, amorosas y
pasionales con los otros? Este
problema ético de la definición de
las prácticas de libertad me parece
que es mucho más importante que la
afirmación, un tanto manida, de que
es necesario liberar la sexualidad o
el deseo.
Concordia:
¿El ejercicio de las prácticas de
libertad no exige un cierto grado de
liberación?
Foucault:
Sí, por supuesto. Por eso hay que
introducir la noción de dominación.
Los análisis que intento hacer se
centran fundamentalmente en las
relaciones de poder. Y entiendo por
relaciones de poder algo distinto de
los estados de dominación. Las
relaciones de poder tienen una
extensión extraordinariamente grande
en las relaciones humanas. Ahora
bien, esto no quiere decir que el
poder político esté en todas partes,
sino que en las relaciones humanas
se imbrica todo un haz de relaciones
de poder que pueden ejercerse entre
individuos, en el interior de una
familia, en una relación pedagógica,
en el cuerpo político, etc. Este
análisis de las relaciones de poder
constituye un campo
extraordinariamente complejo. Dicho
análisis se encuentra a veces con lo
que podemos denominar hechos o
estado de dominación en los que las
relaciones de poder en lugar de ser
inestables y permitir a los
diferentes participantes una
estrategia que las modifique, se
encuentran bloqueadas y fijadas.
Cuando un individuo o un grupo
social consigue bloquear un campo de
relaciones de poder haciendo de
estas relaciones algo inmóvil y fijo,
e impidiendo la mínima
reversibilidad de movimientos –
mediante instrumentos que pueden ser
tanto económicos como políticos o
militares –, nos encontramos ante lo
que podemos denominar un estrado de
dominación. Es cierto que en una
situación de este tipo las prácticas
de libertad no existen o existen
sólo unilateralmente, o se ven
recortadas y limitadas
extraordinariamente. Estoy de
acuerdo con usted en que la
liberación es en ocasiones la
condición política o histórica para
que puedan existir prácticas de
libertad. Si consideramos, por
ejemplo, la sexualidad, es cierto
que han sido necesarias una serie de
liberaciones en relación con el
poder del macho, que ha sido preciso
liberarse de una moral opresiva que
concierne tanto a la
heterosexualidad como a la
homosexualidad: pero esta liberación
no permite que surja una sexualidad
plena y feliz en la que el sujeto
habría alcanzado al fin una relación
completa y satisfactoria. La
liberación abre un campo a nuevas
relaciones de poder que hay que
controlar mediante prácticas de
libertad.
Concordia:
¿No podría la liberación en sí misma
ser un modo o una forma de práctica
de la libertad?
Foucault:
Sí, así es en un determinado número
de casos. Existen casos en los que
en efecto la liberación y la lucha
de liberación son indispensables
para la práctica de la libertad. En
lo que se refiere a la sexualidad,
por ejemplo – y lo digo sin ánimo de
polemizar, ya que no me gustan las
polémicas –, creo que en la mayor
parte de los casos son infecundas.
Existe un esquema reichiano,
derivado de una cierta forma de leer
a Freud, que supone que el problema
es un problema únicamente de
liberación. Para decirlo un tanto
esquemáticamente, existiría el deseo,
la pulsión, la prohibición, la
represión, la interiorización, y el
problema se resolvería haciendo
saltar todas estas prohibiciones, es
decir, liberándose. En este
planteamiento – y soy consciente de
que caricaturizo posiciones más
interesantes y matizadas de
numerosos autores – está totalmente
ausente el problema ético de la
práctica de la libertad: ¿Cómo se
puede practicar la libertad? En lo
que se refiere a la sexualidad es
evidente que es únicamente a partir
de la liberación del propio deseo
como uno sabrá conducirse éticamente
en las relaciones de placer con los
otros.
Concordia:
Usted dice que es necesario
practicar la libertad éticamente.
Foucault:
Sí, porque en realidad ¿qué es la
ética sino la práctica de la
libertad, la práctica reflexiva de
la libertad?
Concordia:
¿Quiere esto decir que usted
entiende la libertad como una
realidad ética en sí misma?
Foucault:
La libertad es la condición
ontológica de la ética; pero la
ética es la forma reflexiva que
adopta la libertad.
Concordia:
¿Es la ética aquello que se lleva a
cabo en la búsqueda o en el cuidado
de uno mismo?
Foucault:
El cuidado de uno mismo ha sido, en
el mundo greco-romano, el modo
mediante el cual la libertad
individual – o la libertad cívica
hasta un cierto punto – ha sido
pensada como ética. Si usted
consulta toda una serie de textos
que van desde los primeros diálogos
platónicos hasta los grandes textos
del estoicismo tardío – Epicteto,
Marco Aurelio, etc. – podrá
comprobar que este tema del cuidado
de uno mismo ha atravesado realmente
toda la reflexión moral. Es
interesante ver cómo en nuestras
sociedades, por el contrario, el
cuidado de uno mismo se ha
convertido, a partir de un cierto
momento – y es muy difícil saber
exactamente desde cuándo – en algo
un tanto sospechoso. Ocuparse de uno
mismo ha sido, a partir de un
determinado momento, denunciado casi
espontáneamente como una forma de
egoísmo o de interés individual en
contradicción con el interés que es
necesario prestar a los otros o con
el necesario sacrificio de uno mismo.
Esto ha tenido lugar durante el
cristianismo, pero no me atrevería a
afirmar que se deba pura y
simplemente al cristianismo. La
cuestión es mucho más compleja
porque en el cristianismo procurar
la salvación es también una manera
de cuidar de uno mismo. Pero la
salvación se efectúa en cristianismo
a través de la renuncia a uno mismo.
Se produce así una paradoja del
cuidado de sí en el cristianismo,
pero éste es otro problema. Para
volver a la cuestión que usted
planteaba, creo que entre los
griegos y los romanos – sobre todo
entre los griegos –, para conducirse
bien, para practicar la libertad
como era debido, era necesario
ocuparse de sí, cuidar de sí, a la
vez para conocerse – y éste es el
aspecto más conocido del gnothi
seauton – y para formarse, para
superarse a sí mismo, para controlar
los apetitos que podrían dominarnos.
La libertad individual era para los
griegos algo muy importante –
contrariamente a lo que comúnmente
se dice, inspirándose más o menos en
Hegel, de que la libertad del
individuo carecía de importancia
ante la hermosa totalidad de la
ciudad –: no ser esclavo (de otra
ciudad, de los que os rodean, de los
que os gobiernan, de vuestras
propias pasiones) era un tema
absolutamente fundamental. La
preocupación por la libertad ha sido
un problema esencial, permanente,
durante los ocho magnos siglos de la
cultura clásica. Existió entonces
toda una ética que ha girado en
torno al cuidado de sí y que
proporciona a la ética clásica su
forma tan particular. No pretendo
afirmar con esto que la ética sea el
cuidado de sí, sino que, en la
Antigüedad, la ética, en tanto que
práctica reflexiva de la libertad,
ha girado en torno a este imperativo
fundamental: "cuida de ti mismo".
Concordia:
Imperativo que implica la
asimilación de los logoi, de
las verdades.
Foucault:
Sin duda, uno no puede cuidar de sí
sin conocer. El cuidado de sí es el
conocimiento de sí – en un sentido
socrático-platónico –, pero es
también el conocimiento de un cierto
número de reglas de conducta o de
principios que son a la vez verdades
y prescripciones. El cuidado de sí
supone hacer acopio de estas
verdades: y es así como se ven
ligadas la ética y el juego de la
verdad.
Concordia:
Usted afirma que se trata de hacer
de esta verdad aprendida, memorizada
y progresivamente aplicada un
semi-sujeto que reine soberanamente
en el interior de cada uno. ¿Qué
estatuto tendría este semi-sujeto?
Foucault:
En la corriente platónica, al menos
según el final del Alcibíades,
el problema para el sujeto, para el
alma individual, es volverse hacia
sí mismo para reconocerse en lo que
es, y reconociéndose en lo que es,
recordar las verdades que le son
similares y que ha podido
contemplar. En cambio, en la
corriente que se puede denominar,
globalmente, estoica, el problema
consiste más bien en aprender, en
servirse de la enseñanza de un
determinado número de verdades, de
doctrinas, entre las cuales unas son
los principios fundamentales y las
otras reglas de conducta. Se trata
de operar de tal modo que estos
principios os digan en cada
situación y en cierto modo
espontáneamente, cómo tenéis que
comportaros. Encontramos aquí una
metáfora que no proviene de los
estoicos sino de Plutarco, que dice:
Es necesario que hayáis aprendido
los principios de una forma tan
constante que, cuando vuestros
deseos, vuestros apetitos, vuestros
miedos se despierten como perros que
ladran, el Logos hable en vosotros
como la voz del amo que con un solo
grito sabe acallar a los perros.
Es ésta la idea de un Logos
que en cierto modo podrá funcionar
sin que vosotros tengáis que hacer
nada: vosotros os habréis convertido
en el Logos o el Logos
se habrá convertido en vosotros
mismos.
Concordia:
Podríamos volver a la cuestión de
las relaciones entre la libertad y
la ética. Cuando usted afirma que la
ética es la parte reflexiva de la
libertad ¿quiere decir que la
libertad puede cobrar conciencia de
sí misma como práctica ética? ¿Es en
su conjunto y siempre una libertad
por decirlo así moralizada, o es
necesario un trabajo sobre sí mismo
para descubrir esta dimensión ética
de la libertad?
Foucault:
Los griegos, en efecto,
problematizaban su libertad, la
libertad del individuo, para
convertirla en un problema ético.
Pero la ética en el sentido en que
podían entenderla los griegos, el
ethos, era la manera de ser y de
conducirse. Era un cierto modo de
ser del sujeto y una determinada
manera de comportarse que resultaba
perceptible a los demás. El ethos
de alguien se expresaba a través de
su forma de vestir, de su aspecto,
de su forma de andar, a través de la
calma con la que se enfrentaba a
cualquier suceso, etc. En esto
consistía para ellos la forma
concretade la libertad: es
así como problematizaban su libertad.
El que tiene un ethos noble,
un ethos que puede ser
admirado y citado como ejemplo, es
alguien que practica la libertad de
una cierta manera. No creo que sea
necesaria una conversión para que la
libertad sea pensada como ethos,
sino que la libertad es directamente
problematizada como ethos.
Pero para que esta práctica de la
libertad adopte la forma de un
ethos que sea bueno, bello,
honorable, estimable, memorable, y
que pueda servir de ejemplo, es
necesario todo un trabajo de uno
sobre sí mismo.
Concordia:
Y ¿es en este punto en donde usted
sitúa el análisis del poder?
Foucault:
Me parece que en la medida en que la
libertad significa, para los griegos,
la no-esclavitud – lo que constituye
sin duda una definición de la
libertad bastante alejada de la
nuestra –, el problema es un
problema totalmente político. Es
político en la medida en que la
no-esclavitud es a los ojos de los
demás una condición: un esclavo no
tiene ética. La libertad es pues en
sí misma política. Y además, es
también un modelo político en la
medida en que ser libre significa no
ser esclavo de sí mismo ni de los
propios apetitos, lo que implica que
uno establece en relación consigo
mismo una cierta relación de
dominio, de señorío, que se llamaba
arché, poder, mando.
Concordia:
El cuidado de sí es, como usted ha
dicho, el cuidado de los otros, en
cierto modo. En este sentido es
siempre ético, es ético en sí mismo.
Foucault:
Para los griegos no es ético porque
implique el cuidado de los otros. El
cuidado de sí es ético en sí mismo:
pero implica relaciones complejas
con los otros, en la medida en que
este ethos de la libertad es
también una manera de ocuparse de
los otros. Y es por ello por lo que
es importante para un hombre libre,
que se conduce como tal, saber
gobernar a su mujer, a sus hijos, su
casa. Nos encontramos así también
con el arte de gobernar. El ethos
implica también una relación para
con los otros, en la medida en que
el cuidado de sí convierte a quien
lo posee en alguien capaz de ocupar
en la ciudad, en la comunidad, o en
las relaciones interindividuales, el
lugar que conviene – ya sea para
ejercer una magistratura o para
establecer relaciones de amistad –.
Y, además, el cuidado de sí implica
también una relación al otro en la
medida en que, para ocuparse bien de
sí, es preciso escuchar las
lecciones de un maestro. Uno tiene
necesidad de un guía, de un
consejero, de un amigo, de alguien
que nos diga la verdad. De este modo
el problema de las relaciones con
los demás está presente a lo largo
de todo este desarrollo del cuidado
de sí.
Concordia:
El cuidado de sí tiene siempre como
objetivo el bien de los otros:
tiende a gestionar bien el espacio
de poder que está presente en toda
relación, es decir, gestionarlo en
el sentido de la no-dominación.
¿Cuál puede ser, en este contexto,
el papel del filósofo, de aquel que
se ocupa del cuidado de los otros?
Foucault:
Partamos como ejemplo de Sócrates:
es él quien interpela a la gente de
la calle, o a los jóvenes del
gymnasio, diciéndoles: ¿Te
ocupas de ti mismo? Los dioses le
han encargado hacerlo, es su misión,
misión que no abandonará nunca, ni
siquiera en el momento en que es
amenazado de muerte. Y es sin duda
el hombre que se preocupa del
cuidado de los otros quien adopta la
posición particular del filósofo.
Pero en el caso, digamos simplemente,
del hombre libre, me parece que el
postulado de toda esta moral era que
aquel que cuidaba de sí mismo como
era debido se encontraba por este
mismo hecho en posición de
conducirse como es debido en
relación a los otros y para los
otros. Una ciudad en la que todo el
mundo cuidase de sí mismo como es
debido sería una ciudad que
funcionaría bien y que encontraría
así el principio de su perpetuación.
Pero no creo que pueda decirse que
el hombre griego que cuida de sí
deba en primer lugar cuidar de los
otros. Este tema no intervendrá, me
parece, hasta más tarde. No se trata
de hacer pasar el cuidado de los
otros a un primer plano
anteponiéndolo al cuidado de sí; el
cuidado de sí es éticamente lo
primero, en la medida en que la
relación a uno mismo es
ontológicamente la primera.
Concordia:
¿Este cuidado de sí, que posee un
sentido ético positivo, podría ser
comprendido como una especie de
conversión del poder?
Foucault:
Una conversión, si. Es en efecto una
manera de controlarlo y delimitarlo,
ya que, si bien es cierto que la
esclavitud es el gran riesgo al que
se opone la libertad griega, existe
también otro peligro, que se
manifiesta a primera vista como lo
inverso de la esclavitud: el abuso
de poder. El abuso de poder uno
desborda lo que es el ejercicio
legítimo de su poder e impone a los
otros su fantasía, sus apetitos, sus
deseos. Nos encontramos aquí con la
imagen del tirano o simplemente del
hombre poderoso y rico, que se
aprovecha de esta pujanza y de su
riqueza para abusar de los otros,
para imponerles un poder indebido.
Pero uno se da cuenta – en todo caso
es lo que afirman los filósofos
griegos – de que este hombre es en
realidad esclavo de sus apetitos. Y
el buen soberano es aquel
precisamente que ejerce el poder
como es debido, es decir, ejerciendo
al mismo tiempo su poder sobre sí
mismo. Y es justamente el poder
sobre sí mismo el que va a regular
el poder sobre los otros.
Concordia:
El cuidado de sí, desgajado del
cuidado de los otros ¿no corre el
riesgo de absolutizarse? ¿Esta
absolutización del cuidado de sí
no podría convertirse en una forma
de poder sobre los otros, en el
sentido de la dominación del otro?
Foucault:
No, porque el peligro de dominar a
los otros y de ejercer sobre ellos
un poder tiránico no viene
precisamente más que del hecho de
que uno cuida de sí y por tanto se
ha convertido en esclavo de sus
deseos. Pero si uno se ocupa de sí
como es debido, es decir, si uno
sabe ontológicamente quién es, si
uno es consciente de lo que es capaz,
si uno conoce lo que significa ser
ciudadano de una ciudad, ser señor
de su casa en un oikos, si
sabe qué cosas debe temer y aquellas
a los que no debe temer, si sabe qué
es lo que debe esperar y cuáles son
las cosas, por el contrario, que
deben de serle completamente
indiferentes, si sabe, en fin, que
no debe temer a la muerte, pues bien,
si sabe todo esto, no puede abusar
de su poder en relación con los
demás. No existe por tanto peligro.
La idea, tal como usted la formula,
aparecerá mucho más tarde, cuando el
amor de sí mismo se convierta en
algo sospechoso y sea percibido como
una de las posibles raíces de las
diferentes faltas morales. En este
nuevo contexto, el cuidado de si
tendrá como forma primera la
renuncia de uno a sí mismo. Se
encuentra esta idea de forma
bastante clara en el Tratado de
la virginidad de Gregorio de
Nisa, en donde figura la noción de
cuidado de sí, la epimeleia
heautou, definida esencialmente
como renuncia a todos los lazos
terrenales, como renuncia a todo lo
que pueda ser amor de sí, apego a
este mundo. Pero yo creo que en el
pensamiento gringo y romano el
cuidado de sí no puede tender a este
amor exagerado de sí que llevaría a
abandonar a los otros o, lo que es
peor, a abusar del poder que se
pueda tener sobre ellos.
Concordia:
¿Se trata entonces de un cuidado de
uno mismo que, pensando en sí,
piensa en el otro?
Foucault:
Sí, efectivamente. El que cuida de
sí hasta el punto de saber
exactamente cuáles son sus deberes
como señor de la casa, como esposo o
como padre será también capaz de
mantener con su mujer y sus hijos la
relación debida.
Concordia:
Pero, ¿no juega la condición humana,
en el sentido de finitud, un papal
muy importante? Usted se ha referido
a la muerte: ¿cuando no se tiene
miedo a la muerte, no se puede
abusar del poder que se tiene sobre
los otros? El problema de la finitud
me parece muy importante: el miedo a
la muerte, a la finitud, a ser
herido, está en el corazón mismo del
cuidado de sí.
Foucault:
Sin duda. Y por eso el cristianismo,
al introducir la salvación como
salvación en el más allá, va en
cierta medida a desequilibrar o, en
todo caso, a trastocar
completamente, toda esta temática
del cuidado de uno mismo pese a que,
y lo repito una vez más, buscar la
salvación significa también cuidar
de uno mismo. Pero en el
cristianismo la condición para
lograr la salvación va a ser
precisamente la renuncia. Por el
contrario, en el caso de los griegos
y de los romanos, dado que uno se
preocupa de sí en su propia vida, y
puesto que la reputación que uno
deje en este mundo es el único mas
allá del que puede ocuparse, el
cuidado de sí puede entonces estar
por completo centrado en sí mismo,
en lo que uno hace, en el puesto que
ocupa entre los otros; podrá estar
totalmente centrado en la aceptación
de la muerte – lo que será muy
evidente en el estoicismo tardío –,
preocupación que incluso, hasta
cierto punto, podrá convertirse casi
en un deseo de muerte. Al mismo
tiempo, esta preocupación, si bien
no equivale a un cuidado de los
otros, sí equivale al menos a una
preocupación acerca de lo que será
beneficioso para ellos. Es
interesante comprobar, en el caso de
Séneca por ejemplo, la importancia
que adquiere esté tema:
apresurémonos a envejecer,
apresurémonos a ir hacia el final,
ya que nos permitirá encontrarnos
con nosotros mismos. Esta especie de
momento anterior a la muerte, en el
que ya no puede suceder nada, es
diferente del deseo de muerte que
encontraremos entre los cristianos,
quienes esperan de la muerte la
salvación. En Séneca es más bien
como un movimiento para precipitar
la existencia de forma que ante uno
ya no quede más que la posibilidad
de la muerte.
Concordia:
Le propongo ahora pasar a otro tema.
En los cursos del Colegio de Francia
usted ha hablado de las relaciones
entre poder y saber: ahora habla de
las relaciones entre sujeto y verdad.
¿Existe una complementariedad entre
estos dos pares de nociones, poder/saber
y sujeto/verdad?
Foucault:
El problema que siempre me ha
interesado, como he señalado al
principio, es el problema de las
relaciones existentes entre sujeto y
verdad: ¿Cómo entra el sujeto a
formar parte de una determinada
interpretación, representación, de
verdad? La primera cuestión que me
he planteado ha sido: ¿Cómo ha sido
posible, por ejemplo, que la locura
haya sido problematizada, a partir
de un momento preciso y tras toda
una serie de procesos, en tanto que
enfermedad, respondiendo a un tipo
determinado de medicina? ¿Qué lugar
se le ha asignado al sujeto loco en
este juego de verdad definido por un
saber o un modelo médico? Al
realizar este análisis me di cuenta
de que, contrariamente a lo que
constituía una costumbre en este
momento – en los comienzos de los
años 60 –, no era simplemente
recurriendo a la ideología como se
podía dar cuenta de este fenómeno.
Existían, de hecho, prácticas – y
muy especialmente esa importancia
práctica del internamiento que se
había desarrollado desde comienzos
del siglo XVII y que había sido la
condición para la inserción del
sujeto loco en este tipo de juego de
verdad – que me reenviaban mucho más
al problema de las instituciones de
poder que al problema de la
ideología. Y fue de este modo como
tuve que plantear el problema de las
relaciones poder/saber, un problema
que no es para mí el fundamental,
sino más bien un instrumento que me
permite analizar, de la forma que me
parece más precisa, el problema de
las relaciones existentes entre
sujeto y juegos de verdad.
Concordia:
Pero usted suele oponerse a
que se hable del sujeto en general.
Foucault:
No, no me he opuesto; quizá no lo he
dicho de forma adecuada. Lo que he
rechazado era precisamente que se
partiese de una teoría del sujeto
previa – como la elaborada por
ejemplo por la fenomenología o por
el existencialismo – y que, a partir
de esta teoría del sujeto, se
plantease la cuestión de saber, por
ejemplo, cómo era posible una
determinada forma de conocimiento.
Lo que he intentado mostrar es cómo,
en el interior de una determinada
forma de conocimiento, el sujeto
mismo se constituía en sujeto loco o
sano, delincuente o no delincuente,
a través de un determinado número de
prácticas que eran juegos de verdad,
prácticas de poder, etc. Era
necesario rechazar una determinada
teoría a priori del sujeto
para poder realizar este análisis de
las relaciones que pueden existir
entre la constitución del sujeto, y
los juegos de verdad, las prácticas
de poder, etc.
Concordia:
¿Quiere esto decir que el sujeto no
es una sustancia?
Foucault:
No, no es una sustancia; es una
forma, y esta forma no es sobre todo
ni siempre idéntica a sí misma.
Usted, por ejemplo, no tiene
respecto a usted mismo el mismo tipo
de relaciones cuando se constituye
en un sujeto político, que va a
votar o que toma la palabra en una
asamblea, que cuando intenta
realizar su deseo en una relación
sexual. Existen, sin duda,
relaciones e interferencias entre
estas diferentes formas de sujeto,
pero no estamos ante el mismo tipo
de sujeto. En cada caso, se juegan,
se establecen respecto a uno mismo
formas de relaciones diferentes. Y
es precisamente la constitución
histórica de estas diferentes formas
de sujeto, en relación con los
juegos de verdad, lo que me interesa.
Concordia:
Pero el sujeto loco, enfermo,
delincuente – incluso quizá el
sujeto sexual – era un sujeto que
era el objeto de un discurso teórico,
un sujeto digamos pasivo,
mientras que el sujeto al que usted
se refiere en los dos últimos años
en sus cursos del Colegio de Francia
es un sujeto activo,
políticamente activo. El cuidado de
si afecta a todos los problemas de
la práctica política, de gobierno,
etc. Podría pensarse que se produce
en usted un cambio tanto de
perspectiva, cuanto de problemática.
Foucault:
Es cierto, por ejemplo, que la
constitución del sujeto loco puede
en efecto ser considerada como la
consecuencia de un sistema
coercitivo – el sujeto pasivo –,
pero usted sabe también que el
sujeto loco es un sujeto no-libre y
que justamente el enfermo mental se
constituye como sujeto loco en
relación y frente a aquel que lo
declara loco. La histeria, que ha
sido tan importante en la historia
de la psiquiatría y en el mundo
manicomial del siglo XIX, me parece
que es la ilustración misma de la
manera en que el sujeto se
constituye en sujeto loco. Y no es
una casualidad que los grandes
fenómenos de histeria se hayan
observado precisamente en aquellos
lugares donde existía un máximo de
coacción para impedir que los
individuos se constituyesen en
sujetos locos. Por otra parte, e
inversamente, diría que, si bien
ahora me intereso en efecto por cómo
el sujeto se constituye de una forma
activa, a través de las prácticas de
sí, estas prácticas no son sin
embargo algo que se invente el
individuo mismo. Constituyen
esquemas que él encuentra en su
cultura y que le son propuestos,
sugeridos, impuestos por su cultura,
su sociedad y su grupo social.
Concordia:
Parecería que existe una especie de
deficiencia en su problematización,
a saber, la concepción de una
resistencia al poder. La resistencia
al poder supone un sujeto muy activo,
preocupado de sí y de los otros, un
sujeto responsable por tanto
política como filosóficamente.
Foucault:
Esto nos lleva al problema de lo que
entiendo por poder. No empleo casi
nunca de forma aislada el término
poder, y si lo hago alguna vez, es
con fin de abreviar la expresión que
utilizo siempre: relaciones de
poder. Pero existen esquemas ya
establecidos, y así, cuando se habla
de poder, la gente piensa
inmediatamente en una estructura
política, en un gobierno, en una
clase social dominante, en el señor
frente al esclavo, etc. Pero no es
en absoluto en esto en lo que yo
pienso cuando hablo de relaciones
de poder. Me refiero a que en
las relaciones humanas, sean cuales
sean – ya se trata de una
comunicación verbal, como la que
estamos teniendo ahora, o de
relaciones amorosas, institucionales
o económicas – el poder está siempre
presente: me refiero a cualquier
tipo de relación en la que uno
intenta dirigir la conducta del otro.
Estas relaciones son por tanto
relaciones que se pueden encontrar
en situaciones distintas y bajo
diferentes formas; estas relaciones
de poder son relaciones móviles, es
decir, pueden modificarse, no están
determinadas de una vez por todas.
El hecho, por ejemplo, de que yo sea
más viejo y de que al inicio de la
entrevista usted estuviese un poco
intimidado, puede dar un giro, a lo
largo de la conversación, y ser yo
quien que me sienta intimidado ante
alguien que, precisamente, es más
joven. Las relaciones de poder son
por tanto móviles, reversibles,
inestables. Y es preciso subrayar
que no pueden existir relaciones de
poder más que en la medida en que
los sujetos son libres. Si uno de
los dos estuviese completamente a
disposición del otro y se
convirtiese en una cosa suya, en un
objeto sobre el que se puede ejercer
una violencia infinita e ilimitada,
no existirían relaciones de poder.
Es necesario pues, para que se
ejerza una relación de poder, que
exista al menos un cierto tipo de
libertad por parte de las dos partes.
Incluso cuando la relación de poder
está completamente desequilibrada,
cuando realmente se puede decir que
uno tiene todo el poder sobre
el otro, el poder no puede ejercerse
sobre el otro más que en la medida
en que le queda a este último la
posibilidad de matarse, de saltar
por la ventana o de matar al otro.
Esto quiere decir que en las
relaciones de poder existen
necesariamente posibilidades de
resistencia, ya que si no existiesen
posibilidades de resistencia – de
resistencia violenta, de huida, de
engaño, de estrategias de inversión
de la situación – no existirían
relaciones de poder. Al ser ésta la
forma general que adoptan las
relaciones de poder me resisto a
responder a la pregunta que a veces
me plantean: ¿si el poder está
presente entonces no existe libertad?
La respuesta es: si existen
relaciones de poder a través de todo
el campo social, es porque existen
posibilidades de libertad en todas
partes. No obstante, hay que señalar
que existen efectivamente estados de
dominación. En muchos casos, las
relaciones de poder son fijas de tal
forma que son perpetuamente
disimétricas y que el margen de
libertad es extremadamente limitado.
Para poner un ejemplo, sin duda muy
esquemático, en la estructura
conyugal tradicional de la sociedad
de los siglos XVIII y XIX, no puede
decirse que sólo existía el poder
del hombre: la mujer podía hacer
toda una serie de cosas: engañarlo,
sustraerle con maña dinero, negarse
a tener relaciones sexuales.
Subsistía sin embargo un estado de
dominación, en la medida en que
todas estas resistencias constituían
un cierto número de astucias que no
llegaban nunca a invertir la
situación. En los casos de
dominación – económica, social,
institucional o sexual – el problema
es en efecto saber dónde va a
formarse la resistencia. ¿Va a
formarse, por ejemplo, en una clase
obrera que va a resistir a la
dominación política – en el
sindicato, en el partido – y bajo
qué forma – huelga, huelga general,
revolución, lucha parlamentaria –?
En una situación como esta de
dominación es necesario responder a
todas estas cuestiones de forma
específica, en función del tipo y de
la forma concreta que adopta en cada
caso la dominación. Pero la
afirmación: usted ve poder por
todas partes; en consecuencia no
existe lugar para la libertad,
me parece absolutamente inadecuada.
No se me puede atribuir la
concepción de que el poder es un
sistema de dominación que lo
controla todo y que no deja ningún
espacio para la libertad.
Concordia:
Se refería antes al hombre libre y
al filósofo, como dos modalidades
diferentes del cuidado de uno mismo.
El cuidado de sí del filósofo
tendría una cierta especificidad y
no se confundiría con el del hombre
libre.
Foucault:
Diría que se trata de dos posiciones
diferentes en el cuidado de uno
mismo, más que de dos formas del
cuidado de sí; creo que el cuidado
de sí es el mismo en su forma, pero
que en cuanto a la intensidad, al
grado de celo con el que uno se
ocupa de sí – y en consecuencia
también de los otros – el puesto que
ocupa el filósofo no es el mismo que
el de cualquier hombre libre.
Concordia:
¿Se podría pensar entonces que
existe una relación fundamental
entre filosofía y política?
Foucault:
Sí, sin duda. Me parece que las
relaciones entre filosofía y
política son permanentes y
fundamentales. Si se considera el
cuidado de uno mismo en el
pensamiento griego, esta relación es
evidente. Y bajo una forma además
muy completa: por una parte está el
ejemplo de Sócrates – y de Platón en
el Alcibíades y de Jenofonte
en las Memorables –, que
interpela a los jóvenes diciéndoles:
Mira, tú, tú que quieres llegar a
ser un hombre político, que quieres
gobernar la ciudad, que quieres
ocuparte de los otros, pero que no
te ocupas de ti mismo, tú serás un
mal gobernante. En esta
perspectiva, el cuidado de uno mismo
aparece como una condición
pedagógica, ética y también
ontológica, para llegar a ser un
buen gobernante. Constituirse en
sujeto que gobierna implica que uno
se haya constituido en sujeto que se
ocupa de sí. Pero por otra parte
está también el Sócrates que dice en
la Apología: Yo, interpelo
a todo el mundo, porque todo el
mundo tiene que ocuparse de sí mismo;
a lo que añade justo a continuación:
Y al hacer esto presto el mayor
servicio a la ciudad, y en vez de
castigarme, deberíais de
recompensarme, recompensarme mejor
que un vencedor de los Juegos
Olímpicos. Existe por tanto una
implicación muy fuerte entre
filosofía y política, que se
desarrollará más adelante cuando la
filosofía no sólo se preocupe del
alma de los ciudadanos, sino también
del alma del príncipe. El filósofo
se convierte en el consejero, el
pedagogo, y el director de la
conciencia del príncipe.
Concordia:
¿Podrá convertirse esta problemática
del cuidado de uno mismo en el
corazón de un nuevo pensamiento
político, de una política distinta a
la que consideramos hoy?
Foucault:
Confieso que no he avanzado en esta
dirección y me gustaría acercarme a
problemas más contemporáneos, con el
fin de tratar de ver qué se puede
hacer con todo esto en la
problemática política actual. Pero
tengo la impresión de que en el
pensamiento político del siglo XIX –
y posiblemente sería preciso
remontarse más allá, a Rousseau y a
Hobbes – se ha pensado el sujeto
político esencialmente como sujeto
de derecho, ya sea en términos
naturalistas, ya sea en términos de
derecho positivo. En cambio, me
parece que la cuestión del sujeto
ético no tiene mucho espacio en el
pensamiento político contemporáneo.
En fin, no me gusta responder a
cuestiones que no he examinado; me
gustaría por tanto retomar las
cuestiones que he abordado a través
de la cultura antigua.
Concordia:
¿Qué relación existía entre la vía
de la filosofía, que conduce al
conocimiento de sí, y la vía de la
espiritualidad?
Foucault:
Por espiritualidad entiendo –
circunscribiendo esta definición
este período histórico – lo que se
refiere precisamente al acceso del
sujeto a un cierto modo de ser y las
transformaciones que debe de sufrir
en sí mismo para acceder a este modo
de ser. Creo que en la
espiritualidad antigua existía, o
casi existía, una identidad entre
esta espiritualidad y la filosofía.
En todo caso, la preocupación más
importante de la filosofía giraba en
torno al cuidado de uno mismo; el
conocimiento del mundo venía después
y, en la mayoría de los casos, en
apoyo de este cuidado de sí. Cuando
leemos a Descartes, resulta
sorprendente encontrar en las
Meditaciones exactamente esta
misma preocupación espiritual por
acceder a un modo de ser en el que
la duda ya no estará permitida y en
el que por fin uno podrá conocer:
pero al definir así el modo de ser
al que da acceso la filosofía, uno
se da cuenta de que este modo de ser
está enteramente definido por el
conocimiento, y que la filosofía se
definirá como acceso al sujeto
cognoscente o a aquello que lo
cualificará como tal. Y, desde este
punto de vista, me parece que
superpone las funciones de la
espiritualidad al ideal de un
fundamento de la cientificidad.
Concordia:
¿Se debería actualizar esta noción
del cuidado de sí, en sentido
clásico, frente a este pensamiento
moderno?
Foucault:
No, en absoluto, no se trata de
decir: desgraciadamente se ha
olvidado el cuidado de uno mismo, y
el cuidado de sí es la clave de todo.
Nada me resulta mas ajeno que la
idea de que la filosofía se ha
extraviado en un momento determinado,
que ha olvidado algo, y que existe
en alguna parte de su historia un
principio, un fundamento, que es
preciso redescubrir. Me parece que
todo ese tipo de análisis que, o
bien adoptan una forma radical
diciendo que, desde sus comienzos,
la filosofía ha sido olvido, o bien
adoptan una forma mucho más
histórica para afirmar que en tal
filosofía hay algo que ha sido
olvidado, no son muy
interesantes, no se puede obtener
gran cosa de ellos. Y esto no
significa que el contacto con un
determinado filósofo no pueda
producir algo, pero habría entonces
que subrayar que este algo es algo
nuevo.
Concordia:
Esto hace que nos tengamos que
plantear la cuestión de por qué uno
debería de tener acceso a la verdad
hoy, en sentido de una estrategia
política en contra de los diversos
puntos de bloqueo del poder en el
sistema relacional.
Foucault:
Después de todo es un problema, en
efecto ¿por qué la verdad? ¿Y por
qué se preocupa uno de la verdad, y
además, más de ella que de uno mismo?
A mi juicio se entra así en relación
con una cuestión fundamental que, me
atrevería a decir, es la cuestión de
Occidente; ¿qué es lo que ha hecho
que toda la cultura occidental se
haya puesto a girar alrededor de
esta obligación de verdad, una
obligación que ha adoptado todo un
conjunto de formas diferentes? Tal y
como están las cosas, nadie hasta
ahora ha podido mostrar que se pueda
definir una estrategia exterior a
todo ello. Y sin duda es en este
campo de voluntad de verdad en el
que uno puede desplazarse, de una
forma o de otra, a veces contra los
efectos de dominación que pueden
estar ligados a estructuras de
verdad o a instituciones encargadas
de la verdad. Para decir las cosas
de una forma muy esquemática,
podemos encontrar numerosos ejemplos:
ha existido todo un movimiento
llamado ecológico – que por otra
parte es muy antiguo y no sólo del
siglo XX – que ha estado con
frecuencia en cierto sentido en
relación de hostilidad con una
ciencia, o en todo caso con una
tecnología legitimada en términos de
verdad. Pero, de hecho, también esta
ecología hablaba un discurso de
verdad: únicamente en nombre de un
conocimiento de la naturaleza, del
equilibrio de los seres vivos, etc.,
se podía hacer la crítica. Se
escapaba por tanto de una dominación
de la verdad no jugando un juego
totalmente ajeno al juego de la
verdad sino jugándolo de otra forma,
o jugando otro juego, otra partida,
otras bazas en el juego de la verdad.
Creo que sucede lo mismo en el caso
de la política, en el que se podría
hacer la crítica de la política – a
partir, por ejemplo, del estado de
dominación de esta política indebida
– pero no podría hacerse de otro
modo que jugando un cierto juego de
verdad, mostrando cuáles son sus
consecuencias, mostrando que existen
otras posibilidades racionales,
enseñando a las gentes lo que
desconocen acerca de su propia
situación, sus condiciones de
trabajo, su explotación.
Concordia:
¿No piensa usted, en relación a la
cuestión de los juegos de verdad y
de los juegos de poder, que se puede
comprobar en la historia la
presencia de una modalidad
particular de estos juegos de verdad,
que tendría un estatuto particular
en relación a todas las otras
posibilidades de juegos de verdad y
de poder y que se caracterizaría por
su apertura esencial, su oposición a
cualquier bloqueo de poder, al poder
por tanto en el sentido de
dominación-esclavitud?
Foucault:
Sí, absolutamente. Pero cuando hablo
de relaciones de poder y de juegos
de verdad no quiero decir de ningún
modo que los juegos de verdad no
sean más que relaciones de poder –
esto sería una caricatura terrible
–. Lo que me interesa es, como ya he
dicho, saber cómo los juegos de
verdad pueden ponerse en marcha y
estar ligados a relaciones de poder.
Se puede mostrar, por ejemplo, que
la medicalización de la locura, es
decir, la organización de un saber
médico en torno a individuos
designados como locos, ha estrado
ligada a toda una serie de procesos
sociales, de orden económico en un
momento dado, pero también a
instituciones y a prácticas de poder.
Este hecho no merma en modo alguno
la validez científica o la eficacia
terapéutica de la psiquiatría: no la
legitima, pero tampoco la anula. Que
las matemáticas estén ligadas, por
ejemplo, – de una forma por otra
parte muy distinta de la psiquiatría
– a estructuras de poder se debe en
cierta medida a la forma en que son
enseñadas, a la manera en que se
organiza el consenso de los
matemáticos, a cómo funcionan en
circuito cerrado, a sus valores, a
cómo se determina lo que está bien (verdadero)
o mal (falso) en matemáticas, etc.
Esto no quiere decir en absoluto que
las matemáticas sean exclusivamente
un juego de poder, sino que el juego
de verdad de las matemáticas se
encuentra ligado de una cierta
manera, y sin que ello merme su
validez, a juegos y a instituciones
de poder. Y está claro que en un
determinado número de casos las
relaciones son tales que se puede
hacer perfectamente la historia de
las matemáticas sin tener esto en
cuenta, si bien esta
problematización es interesante y,
en la actualidad, los propios
matemáticos empiezan a tenerla en
cuenta, comienzan a estudiar la
historia misma de sus instituciones.
En fin, está claro que esta relación
que puede existir entre las
relaciones de poder y los juegos de
verdad en matemáticas es muy
distinta de la que se puede dar en
el caso de la psiquiatría. De todos
modos, lo que uno no puede en todo
caso decir es que los juegos de
verdad no son mas que juegos de
poder.
Concordia:
Esta cuestión reenvía al problema
del sujeto ya que, en los juegos de
verdad, la cuestión que se plantea
es la de saber quién dice la
verdad, cómo y por qué la dice; en
realidad, en el juego de verdad se
puede jugar a decir la verdad:
existe un juego, se juega a la
verdad o la verdad es un juego.
Foucault:
El término juego puede inducir a
error: cuando hablo de juego
me refiero a un conjunto de reglas
de producción de la verdad. No se
trata de un juego en el sentido de
imitar o de hacer como si: es
un conjunto de procedimientos que
conducen a un determinado resultado
que puede ser considerado, en
función de sus principios y de sus
reglas de procedimiento, como válido
o no, como ganador o perdedor.
Concordia:
Sigue estando el problema del quién:
¿es un grupo, un conjunto…?
Foucault:
Puede ser un grupo, un individuo.
Existe en relación con esto un
problema. Se puede observar, en lo
que se refiere a estos múltiples
juegos, que lo que ha caracterizado
a nuestras sociedades, a partir de
la época griega, es el hecho de que
no existe una definición cerrada e
imperativa de los juegos de verdad
permitidos, lo que supondría la
exclusión de todos los otros. Existe
siempre, en un juego de verdad dado,
la posibilidad de descubrir algo
distinto y de cambiar más o menos
una determinada regla, e incluso a
veces de cambiar en su totalidad el
juego de verdad. Y esta posibilidad
de desarrollo es sin duda algo que
se ha producido en Occidente, algo
que resulta singular en relación a
otras sociedades en las que tal
posibilidad no existe.
¿Quién dice la verdad? Dicen la
verdad individuos que son libres,
que organizan un cierto consenso y
que se encuentran insertos en una
determinada red de prácticas de
poder y de instituciones coercitivas.
Concordia:
La verdad ¿no es pues una
construcción?
Foucault:
Eso depende: existen juegos de
verdad en los que la verdad es una
construcción y otros en los que no
lo es. Puede existir un juego de
verdad, por ejemplo, que consiste en
describir las cosas de una cierta
manera: el que realiza una
descripción antropológica de una
sociedad no realiza una construcción,
sino una descripción – que por su
parte presenta un cierto número de
reglas, históricamente cambiantes,
de tal modo que se puede decir hasta
un cierto punto que es una
construcción respecto a otra
descripción. Ello no significa sin
embargo que no exista nada frente a
nosotros y que todo provenga de la
cabeza de alguien. De esta
transformación de los juegos de
verdad se ha dicho, que no existía
nada – me han hecho decir que la
locura no existía, precisamente
cuando se trataba de un problema
completamente inverso: se trataba de
saber cómo la locura, bajo las
diferentes definiciones que se le
han podio conferir, ha podido ser
integrada, en un momento dado, en un
campo institucional que la
constituía como enfermedad mental
confiriéndole un determinado espacio
al lado de otras enfermedades.
Concordia:
En el fondo existe también un
problema de comunicación en el
núcleo mismo del problema de la
verdad, el problema de la
transparencia de las palabras del
discurso. Aquel tiene la posibilidad
de formular verdades tiene también
un poder, el poder de poder decir la
verdad y de expresarla como él
quiere.
Foucault:
Sí, y ello no significa no obstante
que lo que dice no sea cierto, como
creen la mayor parte de las gentes
quienes, cuando se les hace observar
que puede existir una relación entre
la verdad y el poder, dicen: ¡Ah,
bueno, entonces, esto no es verdad!
Concordia:
Lo cual está relacionado con el
problema de la comunicación, ya que,
en una sociedad en la que la
comunicación tiene un muy alto grado
de transparencia, los juegos de
verdad son quizá más independientes
de las estructuras de poder.
Foucault:
Plantea usted un problema sin duda
importante. Me imagino que está
usted pensando quizá en Habermas
cuando dice esto. Estoy interesado
en lo que hace Habermas, y sé muy
bien que no está muy de acuerdo con
lo que yo hago – me parece que yo
estoy mas cerca de lo que él dice –,
aunque existe algo que no veo claro:
es el lugar tan importante que
concede a las relaciones de
comunicación y, sobre todo, la
función que yo llamaría utópica.
La idea de que podría darse una
situación de comunicación que fuese
tal que los juegos de verdad
pudiesen circular en ella sin
obstáculos, sin coacciones y sin
efectos coercitivos, parece
pertenecer al orden de la utopía. Y
ello significa no ver que las
relaciones de poder no son en sí
mismas algo malo, algo de lo que es
necesario liberarse. Pienso que no
puede existir ninguna sociedad sin
relaciones de poder, si se entienden
como las estrategias mediante las
cuales los individuos tratan de
conducir, de determinar, la conducta
de los otros. El problema no
consiste por tanto en intentar
disolverlas en la utopía de una
comunicación perfectamente
transparente, sino de procurarse las
reglas de derecho, las técnicas de
gestión y también la moral, el
ethos, la práctica de sí, que
permitirían jugar, en estos juegos
de poder, con el mínimo posible de
dominación.
Concordia:
Se sitúa usted muy lejos de Sartre
que decía: el poder es el mal.
Foucault:
Sí, pese a que se me ha atribuido
con frecuencia esta idea que está
muy lejos de lo que pienso. El poder
no es el mal, el poder son juegos
estratégicos. ¡Es bien sabido que el
poder no es el mal! Consideremos por
ejemplo las relaciones sexuales o
amorosas: ejercer poder sobre el
otro, en una especie de juego
estratégico abierto en el que las
cosas podrían invertirse, esto no es
el mal, esto forma parte del amor,
de la pasión, del placer sexual.
Fijémonos por ejemplo en la
institución pedagógica que ha sido
objeto de críticas, con frecuencia
justificadas. No veo en qué consiste
el mal en la práctica de alguien que,
en un juego de verdad dado y
sabiendo más que otro, le dice lo
que hay que hacer, le enseña, le
transmite un saber y le comunica
determinadas técnicas. El problema
está más bien en saber cómo se van a
evitar en estas prácticas – en las
que el poder necesariamente está
presente y en las que no es
necesariamente malo en sí mismo –
los efectos de dominación que pueden
llevar a que un niño sea sometido a
la autoridad arbitraria e inútil de
un maestro, o a que un estudiante
esté bajo la férula de un profesor
abusivamente autoritario. Me parece
que es necesario plantear este
problema en términos de reglas de
derecho, de técnicas racionales de
gobierno, de ethos, de
práctica de sí y de libertad.
Concordia:
¿Podría entenderse lo que acaba de
decir a modo de criterios
fundamentales de lo que usted llama
una nueva ética? Se trataría de
intentar jugar con el mínimo de
dominación …
Foucault:
Creo efectivamente que este punto es
el punto de articulación entre la
preocupación ética y la lucha
política para el respeto de los
derechos, de la reflexión crítica
contra las técnicas abusivas de
gobierno, y de una ética que permita
fundamentar la libertad individual.
Concordia:
Cuando Sartre habla del poder como
mal supremo parece hacer alusión a
la realidad del poder como
dominación. Quizá en este caso usted
esté probablemente de acuerdo con
Sartre.
Foucault:
Sí, pero creo que todas estas
nociones han sido mal definidas y no
se sabe muy bien de qué se está
hablando. Yo mismo no estoy muy
seguro de haberme expresado muy
claramente ni de haber empleado las
palabras que era necesario emplear
cuando he comenzado a interesarme
por este problema del poder.
Actualmente tengo una visión más
clara de todo ello. Me parece que es
necesario distinguir las relaciones
de poder en tanto que juegos
estratégicos entre libertades –
juegos estratégicos que hacen que
unos intenten determinar la conducta
de los otros, a lo que otros
responden tratando de no dejar que
su conducta se vea determinada por
ellos o tratando de determinar a su
vez la conducta de los primeros – de
las situaciones de dominación que
son las que ordinariamente se
denominan poder. Y entre ambas,
entre los juegos de poder y los
estados de dominación, están las
tecnologías gubernamentales,
confiriendo a este término un
sentido muy amplio – que van desde
la manera de gobernar a la propia
mujer, a los hijos, hasta la manera
en la que se gobierna una
institución –. El análisis de estas
técnicas es necesario porque es a
través de este tipo de técnicas como
se establecen y mantienen muy
frecuentemente los estados de
dominación. En mi análisis del poder
existen estos tres niveles: las
relaciones estratégicas, las
técnicas de gobierno y los estados
de dominación.
Concordia:
En su curso sobre la hermenéutica
del sujeto dice en un momento
dado que no existe un punto mas
fundamental y útil de resistencia al
poder político que la relación de
uno para consigo mismo.
Foucault:
No creo que el único punto posible
de resistencia al poder político –
entendido justamente como estado de
dominación – esté en la relación de
uno a sí mismo. Digo que la
gubernamentalidad implica la
relación de uno a sí mismo, lo que
significa precisamente que, en esta
noción de gubernamentalidad, apunto
directamente al conjunto de
prácticas a través de las cuales se
pueden constituir, definir,
organizar, instrumentalizar, las
estrategias que los individuos en su
libertad pueden establecer unos en
relación a otros. Individuos libres
que intentan controlar, determinar,
delimitar la libertad de los otros,
y para hacerlo disponen de ciertos
instrumentos para gobernarlos. Y
ello se basa por tanto sobre la
libertad, sobre la relación de uno a
sí mismo y sobre la relación al otro.
Si se trata por el contrario de
analizar el poder no a partir de la
libertad, de las estrategias y de la
gubernamentalidad, sino a partir de
la institución política, no se puede
considerar al sujeto más que como
sujeto de derecho, un sujeto dotado
de derechos o carente de ellos y que,
a través de la institución de la
sociedad política, ha recibido o ha
perdido los derechos: nos
encontramos así reenviados a una
concepción jurídica del sujeto. Por
el contrario, la noción de
gubernamentalidad permite, me parece,
poner de relieve la libertad del
sujeto y la relación a los otros, es
decir, aquello que constituye la
materialidad misma de la ética.
Concordia:
¿Cree usted que la filosofía tiene
algo que decir sobre el por qué
de esta tendencia a querer
determinar la conducta del otro?
Foucault:
La manera de determinar la conducta
de los otros va a adoptar formas muy
diferentes, va a suscitar apetitos y
deseos de intensidad muy variable
según las sociedades. No sé nada de
antropología pero uno se puede
imaginar que hay sociedades en las
que la forma mediante la cual se
dirige la conducta de los otros está
hasta tal punto codificada de
antemano que todos los juegos en
cierto modo están ya preestablecidos.
En una sociedad como la nuestra, por
el contrario, los juegos pueden ser
enormemente numerosos – es evidente
en las relaciones familiares, por
ejemplo, en las relaciones sexuales
o afectivas, etc. – y, en
consecuencia, los deseos de
determinar la conducta de los otros
son también mayores: cuanto más
libres son las personas, unas en
relación a otras, mayor es el deseo
en unos y otros de determinar la
conducta de los demás. Cuanto más
abierto es el juego más atractivo y
fascinante resulta.
Concordia:
¿Cree usted que la tarea de la
filosofía es prevenir los peligros
del poder?
Foucault:
Esta tarea ha constituido siempre
una de las funciones más importantes
de la filosofía. La filosofía en su
vertiente crítica – y entiendo
crítica en un sentido amplio – ha
sido precisamente el saber que ha
puesto en cuestión todos los
fenómenos de dominación, cualquiera
que fuese la intensidad y la forma
que adoptan – política, económica,
sexual, institucional, etc. –. Esta
función crítica de la filosofía se
deriva hasta cierto punto del
imperativo socrático: ocúpate de
ti mismo, es decir,
fundaméntate en libertad mediante el
dominio de ti mismo.
*
Entrevista con Michel
Foucault realizada por Raúl
Fornet-Betancourt, Helmut
Becker y Alfredo
Gómez-Muller el 20 de enero
de 1984. Publicada en la
Revista Concordia 6
(1984) 96-116.