Esta
entrevista nace no
solamente desde una
serie de preguntas
críticas sobre la
actitud de la
filosofía que se
trasladó desde
Europa hacia América
Latina y que retorna
renovada al mundo;
sino también desde
las inquietudes
sobre la axiología y
desde una
provocadora posición
escéptica sobre la
existencia de una
ética universal que
no sea reflejo de
valores de matriz
occidental,
eurocéntrica y
dominante.
Gracias a la lección
de Raúl
Fornet-Betancourt,
uno de los mayores
filósofos de nuestro
tiempo en el campo
de la
interculturalidad a
nivel internacional,
vemos como se ha
cambiado la visión
tradicional, que ha
sido reemplazada por
una visión del mundo
más simétrica,
descentralizando el
pensamiento
filosófico,
desplazando el eje
de la filosofía a
América Latina y al
resto de las
periferias del
mundo, para
transformarla desde
dentro, con el gran
desafío de abrir
nuevos caminos de
solidaridad, en el
respeto de la
pluralidad, de las
diferencias, de la
participación más
democrática de las
culturas en un
contexto global,
gracias a la
“alternativa
histórica” del
diálogo
intercultural.
Después de
reflexionar
críticamente, surge
una nueva
consideración de los
fines de la
filosofía y del
compromiso que ésta
lleva dentro, a la
luz de la lectura
del mundo de las
relaciones sociales,
políticas y, por qué
no, económicas, en
clave intercultural.
El
maestro Raúl
Fornet-Betancourt
propone un modelo de
filosofía con fuerte
impacto cultural,
social y pedagógico,
en el que el ser
humano es centro,
actor y protagonista
de su propio
destino. Su
propuesta implica
así una nueva visión
del ser humano como
el motor de la
sociedad
internacional por la
tensión que se
desencadena entre lo
particular y lo
universal. El
desafío de la
interculturalidad,
en fin, es el de
contrastar desde
abajo el proceso de
la globalización
neoliberal, que
“globaliza la
humanidad, pero no
humaniza la
humanidad”.[1]La
interculturalidad es
la dimensión más
completa, pero
también la más
solidaria, como
propuesta de
conocimiento de la
realidad y como
práctica de vida.
P.:
¿Estimado Profesor,
antes de hablar
directamente de la
Filosofía
Intercultural, puede
aclarar la
diferencia entre los
términos de
“multiculturalidad”
e
“interculturalidad”,
por favor? Le hago
esta pregunta porque
los dos conceptos se
confunden
continuamente en los
discursos políticos
y sociales, en las
políticas de
inmigración en los
países europeos, por
ejemplo.
R.:
“Yo distingo entre
multiculturalidad,
transculturalidad e
interculturalidad.
Para mí, la
multiculturalidad
es el dato bruto,
fáctico, de que hay
una multiplicidad de
culturas en un mismo
lugar: en Madrid, en
Nápoles, en
Barcelona;
dondequiera que
vayas, hay muchas
culturas que
comparten un
espacio, un
territorio
geográfico común. Es
la “multiplicidad”
de las culturas que
se da en un
territorio. La
multiculturalidad
reconoce que hay
varias culturas,
pero no va mucho más
allá. Por eso trata
de organizar los
espacios, en una
especie de
convivencia más o
menos pacífica y
tolerante dentro del
marco geográfico
donde se halla la
multiplicidad de
culturas.
A
diferencia de esto,
la
transculturalidad
es un proyecto que,
para mi, parte del
supuesto ideológico
de que las culturas
tradicionales ya no
existen; de que
sobre todo los
jóvenes actuales son
“transculturales”,
que pasan de una
cultura a otra, que
no tienen una
identidad propia y
que son un producto
“híbrido”, toman
aspectos de
diferentes culturas
y hacen una mezcla
híbrida. Se les
considera, pues,
sujetos
“pluridentitarios”.
A
diferencia de la
multiculturalidad y
de la
transculturalidad,
la
interculturalidad
mantiene el
horizonte de que hay
identidades
culturales con
referencias más o
menos estables, no
digamos fijas, pero
sí estables, porque
tienen ciertas
estabilidades
identitarias: como
son por ejemplo las
lenguas. Nosotros
hablamos una lengua
y no es lo mismo
hablar italiano o
alemán; heredamos
una manera de
festejar, tenemos un
sentido de la
fiesta; tenemos un
sentido de la
tragedia; de llevar
lo cotidiano. O sea
heredamos
referencias
culturales más o
menos estables, que
nos sirven para
escribir una
biografía personal.
La
interculturalidad
toma muy en serio
esta dimensión de la
biografía personal,
como una cuestión de
estabilidad
identitaria. Por
eso, frente a la
multiculturalidad
propone el diálogo,
no la tolerancia,
sino el diálogo.
Para la
interculturalidad la
tolerancia es poco.
Hay que ir más allá
de la tolerancia,
hay que aprender a
convivir realmente
con amor y aprender
a compartir vidas.
La tolerancia es un
respeto, pero la
interculturalidad es
una calidad
en las relaciones
humanas, una
relación de mejor
calidad entre las
culturas y no fría
como el soportar al
otro.
La
diferencia entre
multiculturalidad e
interculturalidad se
puede resumir así:
la
interculturalidad
fomenta la calidad
de una relación
dialógica con el
otro, donde se da
una transformación
común sin que
desaparezcan las
diferencias. El
desafío de la
interculturalidad
está en las
diferencias, porque
al mismo tiempo que
se acercan por el
diálogo
intercultural y por
la transformación
recíproca, se alejan
(porque tú sigues
siendo napolitana,
pero te enriqueces;
entonces, por el
enriquecimiento con
el otro te acercas a
él, pero al mismo
tiempo no pierdes tu
propio punto de
partida). Hay una
interacción
dialéctica entre
estos momentos del
acercarse y el
alejarse. Las
relaciones de la
interculturalidad
son, pues, un
proceso histórico
abierto.
La
multiculturalidad va
más bien a crear
“guetos” (los
italianos, los
indios, los
africanos del norte,
los marroquíes),
mientras que la
interculturalidad es
el diálogo
participativo que
busca la
construcción común
de identidades. Aquí
se nota otra gran
diferencia con la
trans-culturalidad,
pues son identidades
que no se eligen y
que siguen teniendo
su característica
propia, abierta,
pero propia”.
P.:
Profesor, yendo
ahora a la Filosofía
Intercultural, se
pueden observar
cuatro modelos,
aplicados a cuatros
campos diferentes de
análisis:
- el
modelo
interreligioso-intercultural
de Raimon Pannikar.
- el
modelo de la
hermenéutica
intercultural de Ram
A. Mall.
- el
modelo de la
polilógica de la
razón de Franz
Wimmer.
-
el modelo
liberador-intercultural
de Raúl
Fornet-Betancourt.
¿Qué diferencia hay
entre estos modelos
y el suyo?
R.:
“El punto nuclear
del modelo
intercultural de
Raimon Pannikar es
que se trata de un
modelo de
Diálogo entre
religiones.
En el trasfondo de
su modelo están las
religiones en
diálogo. Y de ahí
viene también el
problema central: ya
que en este diálogo
una religión afirma
que es la religión
verdadera, porque es
una religión
revelada, que es la
religión cristiana.
De esta suerte se
plantea el problema
de la verdad, de la
manifestación
verdadera de lo
divino en las
religiones. Este
modelo de diálogo
interreligioso de la
filosofía
intercultural, a
través del diálogo
entre religiones, va
a tratar de hacer
posible que las
religiones
relativicen su
pretensión de ser la
única manifestación
de la verdad de Dios
para que Dios se
pueda revelar en
muchas religiones.
Cada una de estas
religiones así como
las culturas
representarían las
muchas caras de
Dios. Entonces, las
religiones serían
las caras a través
de las cuales Dios
se hace presente a
estas comunidades
culturales. Digamos
que hay un Dios,
pero con muchas
caras, que estarían
encarnadas en las
distintas
religiones. Dicho
muy
esquemáticamente: el
diálogo
intercultural de
Pannikar es un
esfuerzo por poner
las culturas en
diálogo en función
de la cercanía y de
la paz entre las
religiones.
El
modelo de Mall es el
modelo de la
Hermenéutica
Intercultural,
tiene como trasfondo
la idea de que
nosotros, para
entender al otro
tenemos que
renunciar a un
modelo hermenéutico
fijo. ¿Cómo
comprendemos al
otro? En la medida
en que dejamos que
el otro sea desde su
cultura un
“intérprete”. El
modelo de la
hermenéutica
intercultural
trabaja con el
concepto de cultura
como un bloque, como
tradición – una
cultura, una
tradición –, por
eso, una
hermenéutica
intercultural sería
una hermenéutica de
las tradiciones en
las que cada cultura
se condensa como tal
cultura; entonces,
es un diálogo,
digamos, de la
interpretación de
las matrices que
hacen posible la
intelección de una
cultura.
Por
su parte, el modelo
de Wimmer, de la Polilógica de la
razón, es un
modelo que parte de
una tradición
filosófica europea,
de la tradición de
la razón y,
análogamente a la
argumentación que
hace Pannikar con la
religión, Wimmer
plantea una razón
con muchos logos,
que se dice de
varias maneras;
entonces, el diálogo
intercultural
estaría en crear
esta polilógica, una
polifonía, para
crear un ámbito de
reunión donde las
voces de la razón
hablan y se
escuchan. En este
encuentro se puede
escuchar cuantas
voces y cuantos
logos tiene la
razón y cuantas
maneras tiene la
razón de dar razón
de sí misma.
Desde mi punto de
vista, pasando al
modelo que yo llamo
Liberador-Intercultural,
la diferencia
fundamental que hay
con Pannikkar, con
Mall y con Wimmer es
que ellos, a mi modo
de ver, tienden a
“ontologizar”
las culturas; a
creer que las
culturas o las
religiones son
bloques, son
entidades dadas con
una tradición, una
lengua, una
religión. Yo
considero que las
culturas son
productos
históricos. Por eso
hablaba de la
historificación de
las culturas. Como
productos históricos
las culturas
dependen mucho en su
creación del lugar
social que tienen
las personas. En las
culturas tiene mucha
importancia, por
tanto, el lugar
social que ocupan
sus miembros. Lo que
significa que hay
muchas maneras de
participar en una
misma cultura (por
ejemplo, un italiano
pobre no participa
de la misma manera
en la cultura
italiana que un
italiano rico); por
eso, la cuestión del
lugar social es muy
importante para ver
de qué manera una
persona participa en
una cultura.
Debo
señalar que en lo
referente a la
pertenencia cultural
se pueden distinguir
cuatro dimensiones:
1)El nivel de
la herencia:
la cultura en la que
se nace (por
ejemplo, tú has
nacido en la cultura
italiana, con matriz
napolitana). Éste es
el primer nivel: la
cultura que
heredamos por
nacimiento en una
determinada región.
2)El nivel de
la educación:
la cultura que se
recibe por
socialización, la
cultura en la que
realmente se es
educado: la
educación que se
recibe por la
familia, por la
escuela, por los
amigos del barrio,
por el contacto con
el otro.
3)El nivel de
la práctica:
es la dimensión de
la cultura que
realmente se
practica. Por
ejemplo: ¿De toda
esta memoria
italiana que tienes,
qué cultura
practicas realmente
en tu vida
cotidiana? Quiero
decir con esto que
nuestras prácticas
cotidianas pueden
diferir tanto de la
cultura de origen
como de la que se
nos ha transmitido,
y que por eso es
importante
distinguir esta
dimensión de las
“prácticas
culturales”.
4)El nivel de
la crítica
es para mí el más
importante: ¿qué
cultura me gustaría,
qué cultura quiero
yo para mí y para el
otro? ¿Qué cultura
deseo para crecer en
la universalidad?
Por esta dimensión
crítica yo distingo
mi modelo de los
demás.
Yo
lo llamo modelo
histórico,
“liberador-histórico”,
justo para subrayar
el acento propio
frente al modelo
interreligioso que
se alimenta del
diálogo entre las
religiones, frente
al modelo de la
hermenéutica que
intenta buscar la
clave de
interpretación de
una cultura; o
frente al modelo de
Wimmer que se
orienta a la
posibilitación de la
polilógica. Mi
perspectiva busca
mas bien la puesta
en contraste de las
prácticas
interculturales con
la historicidad, que
pertenece a la vida
cotidiana, buscando
la transformación de
las culturas a
través de la
práctica
intercultural. Más
que de culturas en
abstracto, hablamos
de prácticas
culturales, porque
nosotros practicamos
una cultura”.
P.:
A veces la gente no
tiene toda esta
conciencia de la
cultura a la que
pertenece.
R.:
“Hay una situación
de alienación a
veces, que se da
cuando las personas
obran por inercia de
las costumbres, sin
una práctica
consciente de la
cultura. Es la
diferencia que hay
entre una cultura
crítica y la
repetición por
costumbre de una
cultura que se ha
heredado. La
interculturalidad
tiene el desafío de
interrumpir los
hábitos y el curso
del tiempo
programático. La
práctica
intercultural
significa dejar que
el otro interrumpa
nuestro proceso
propio cultural,
nuestros hábitos
culturales. El
desafío de la
interculturalidad es
romper este
automatismo, esta
mecánica, esta
repetición.
Esto
significa llevar una
práctica consciente
de cultura. La
utopía es que la
cultura en la que tú
realmente vives sea
tu opción; yo hago
cultura con las
personas con las que
yo realmente quiero
vivir. Ésta es la
cultura de las
relaciones, cultivar
las relaciones. No
solamente un diálogo
entre culturas o
entre religiones o
entre razones, etc.,
como en los otros
modelos, sino un
diálogo de las
relaciones en las
que queremos vivir.
En este sentido,
vemos la importancia
de la “Cultura
de la Cultura de las
Relaciones”.
Un diálogo es una
cultura de las
relaciones que
mantenemos con
nosotros, con el
otro, con la
naturaleza, fruto de
una práctica
intercultural. Esto
tiene que ser fruto
de una práctica
educativa, por eso,
la filosofía
intercultural toma
muy en serio el
problema de la
formación y de la
pedagogía.
El
ser humano necesita
y tiene que
educarse,
reeducarse, volver a
aprender cosas,
porque al mismo
tiempo que la
cultura nos da
herramientas para
aprender cosas, nos
hace olvidar otras.
Por ejemplo, en
Occidente la
aceleración del
“progreso”, hace que
olvidemos otras
cosas. Por el ritmo
de la vida, la
presión del ritmo de
producción, la
presión de ganar
dinero, la presión
de tener éxito, etc.
va creando una
dinámica que te hace
olvidar otras
dimensiones de tu
vida. Volvemos otra
vez a la experiencia
del vacío. La
búsqueda de
prestigio,
competencias, o como
se le quiera llamar,
crea una presión por
parte del mismo
sistema económico
que te obliga a
olvidar cosas de la
vida, porque esto te
lleva a una
inversión de tiempo
y de vida; y esto es
lo que muchas veces
no vemos. Todo lo
que hacemos implica
en sentido literal
una inversión de
vida: las culturas
significa inversión
de vida.
Dicho de otra forma,
el ritmo
socio-político de
una cultura lleva a
que dimensiones de
esta cultura pasen a
un segundo plano.
Entonces, otra
diferencia que hay
entre mi modelo de
filosofía y el
modelo
interreligioso, el
modelo de la
hermenéutica y el
modelo de la
polilógica es que yo
le doy mucha más
importancia de la
que le dan estos
modelos al ritmo
socio-político de
las culturas. Saber
cuales son las
prioridades
socio-políticas de
una cultura es
decisivo para
conocer realmente el
carácter de la
misma, porque de
estas prioridades
depende en gran
parte el tiempo que
se le dedica al
cultivo de otras
dimensiones de la
cultura.
Hay
que estar siempre en
el estrés, “haciendo
cosas”; y este ritmo
te lleva a olvidar
otras dimensiones,
como la del
compartir con
amigos, del hablar,
del conversar, del
paseo. La cultura va
cambiando por el
ritmo
socio-político. Un
ejemplo de esto es
lo que sucede hoy en
Europa. La vida
europea va cambiando
mucho por el impacto
de la globalización
en sus prácticas
culturales.
El
ritmo socio-político
impone un ritmo
uniformador de todos
los tiempos. Quizás
sea éste el
conflicto mayor
entre la
interculturalidad y
la globalización: la
interculturalidad
apuesta por muchos
tiempos en un mundo
que tenga ritmos
distintos; mientras
que la globalización
necesita una
cronología, un
tiempo único, que
todo sea simultáneo.
(La Bolsa tiene que
funcionar en Tokio,
en Frankfurt, en
Nueva York, igual,
tener una
simultaneidad en los
tiempos del mundo.)
Por el contrario, la
interculturalidad
apuesta por una
pluralidad de los
tiempos del mundo,
por que la humanidad
tenga distintos
tiempos. Esto
significa, a nivel
personal, el derecho
a tener una propia
biografía. Pues la
interculturalidad
también reclama que
los miembros de una
cultura tengan
derecho a escribir
su propia biografía.
Esta cuestión la
encontramos también,
dicho sea de paso,
en el pensamiento de
Sartre, que
influencia la
interculturalidad”.
P.:
Sí, Sartre también
habla de la
participación del
sujeto histórico en
el compromiso
político y social de
la historia.
R.:
“La influencia de
Sartre en este nivel
es ante todo su
visión de la
“libertad personal”,
del derecho del
sujeto a escribir su
propia biografía en
un mundo histórico
que tiene que asumir
como su “situación”.
Esta es la
dialéctica de lo
singular y de lo
universal que sirve
para explicar la
relación entre
sujeto y cultura en
el planteamiento de
la
interculturalidad.
Pero, para la
interculturalidad
también es muy
importante el
diálogo de Sartre
con el Tercer Mundo,
así como su
compromiso político
a favor de la
crítica al
colonialismo.
P.:
Estimado Profesor,
sería oportuno
aclarar las
diferentes imágenes
que se han producido
de Europa y
Latinoamérica,
analizando algunas
diferencias
sustanciales, porque
nos pueden ayudar
después, a la hora
de presentar y
reconsiderar este
trabajo, no
solamente desde la
perspectiva
hispanoamericana,
sino englobando las
distorsiones y las
diferencias del
concepto de
interculturalidad y
sus prácticas en
diferentes
direcciones. Sería
interesante ver las
diferencias de
definición del
método intercultural
en los dos
continentes, sin
considerar esta vez
el antagonismo
histórico entre la
cultura
latinoamericana y la
europea, según la
visión clásica de la
dialéctica entre
cultura marginada y
cultura dominante.
(Vemos las
diferencia en la
educación
intercultural
bilingüe en América
Latina, por ejemplo.
En Europa, por otro
lado, vemos su uso
como una de las
prácticas clave de
“integración” en las
que se fundamenta el
proceso de
ampliación).
R.:
“Para mí al hablar
de la diferencia
entre Europa y
América Latina,
tenemos que aclarar
que, cuando usamos
términos semejantes,
nos referimos a
generalidades o a
las “imágenes”
dominantes. O sea
que, por lo que hace
a Europa, hay que
empezar diciendo que
hay muchas Europas;
y que, cuando
hablamos de cultura
europea, estamos
hablando de la
cultura dominante,
porque Europa
también tiene una
colonización hacia
dentro que ha
marginado culturas
propias. Ésta sería
una lectura
intercultural a
través de la cual se
puede reencontrar la
diversidad europea,
reencontrar la
pluralidad europea,
porque Europa es
muchas Europas.
Europa es una
diversidad de
culturas, de
lenguas, de
tradiciones, etc.,
pero hay una cultura
dominante. Y cuando
hablamos de
diferencia frente a
América Latina
miramos
fundamentalmente a
esta cultura
dominante europea
que se puede asociar
además con la
“modernidad”; con
una modernidad
europea que
homogeniza a Europa
en gran parte y que
de este modo
significa una
ruptura con
tradiciones
europeas. En este
sentido la
modernidad significa
para Europa una
revolución cultural;
y a partir de esta
revolución, Europa
toma un rumbo en el
que sus culturas van
a ser guiadas por un
ideal muy fuerte: la
idea del progreso.
La ideología
dominante del siglo
XVIII y del siglo
XIX es el progreso
como ley de la
historia. He aquí
una de las
concepciones
fundamentales de la
Europa moderna.
La
idea del progreso
significa que hay
una concepción de la
historia basada en
una perspectiva
lineal de la
historia y del
tiempo: progresamos
en el tiempo, el
progreso acelera y
siempre vamos hacia
adelante. Esto es
muy importante para
la Europa moderna,
sobre todo porque es
aquí donde se
desarrolla un
sistema económico,
social y político
que reconfigura la
socialidad de las
culturas europeas:
el capitalismo.
El
capitalismo no es un
episodio en la
historia de Europa;
es un hecho mayor en
la historia cultural
de Europa, porque va
a ser el vehículo de
la modernización y
de la capacidad de
organización de su
propia
potencialidad. El
capitalismo,
entonces, cambia el
rostro de Europa y
de todo el mundo,
unido a la idea de
desarrollo y
progreso. Esto va a
crear, por ejemplo,
como consecuencia
para la cultura
europea, la línea
del progreso unida a
una capitalización
creciente de lo
social y de lo
cultural que conduce
a su vez en Europa a
un rompimiento con
las tradiciones
comunitarias. En los
siglos XVIII y XIX
hay un pasaje de la
“comunidad” a la
“sociedad” en Europa
que se puede ver
como el resultado de
dicho nuevo proceso.
A partir de este
momento las culturas
europeas no
funcionan en base a
comunidades, sino en
base a un
conglomerado que se
llama “sociedad”, en
la que la gente se
relaciona a través
de las funciones
sociales: de las
funciones que ocupan
dentro de la
sociedad, por
ejemplo, de trabajo.
Este cambio hace que
la cultura europea
tome el giro que se
concreta en lo que
llamamos hoy la
cultura dominante.
Partiendo de esta
cultura dominante,
entonces, hay una
gran diferencia,
porque en América
Latina este proceso
de modernidad se ha
dado, pero no tan
intensamente, y la
idea del progreso
tampoco ha tenido el
mismo impacto que en
Europa. Esto hace
que en América
Latina muchas
culturas hayan
podido sobrevivir
con sus tradiciones
propias. Hay todavía
muchas tradiciones
culturales que
viven, porque sus
sujetos son
comunidades
tradicionales: los
indígenas, los afro
americanos; hay toda
una concepción del
tiempo, de la
economía y de la
misma política,
basadas en
estructuras todavía
comunitarias que ya
no existen en
Europa. En sentido
general se podría
hablar aquí, pues,
de una diferencia
real, con
consecuencias muy
importantes como,
por ejemplo, el uso
del tiempo. En
América el uso del
tiempo es diferente,
está influenciado
por las culturas
indígenas y
afroamericanas.
Diciéndolo con una
frase un poco
lapidaria: los
europeos tienen un
reloj y un horario,
los latinoamericanos
tienen tiempo. No
son esclavos del
horario. El europeo
tiene un horario,
pero no tiene
tiempo; no tiene
tiempo para
celebrar, no tiene
tiempo para
agradecer; tiene,
justamente, otra
cultura del tiempo”.
P.:
Profesor, me
recuerda a “Mrs.
Dalloway” de
Virginia Woolf. En
esta obra un actor
principal un poco
inusual es el
tiempo. Se
manifiesta la
angustia del reloj
en el emblemático
Big Ben, símbolo del
tiempo occidental
del imperialismo
inglés de los
principios del siglo
XX.
R.:
“Sí. Otra diferencia
entre Europa y
América Latina es
que Europa tiene una
cronología, el
tiempo corre. Es un
kronos acelerado,
mientras que América
Latina tiene un
tiempo profundo, un
tiempo originario de
las personas, del
ritmo, de los
rituales, de la
magia. No hay una
cronología, sino un
tiempo que tiene
tiempo. Esta
diferencia entre
estos dos
continentes la vemos
en la literatura
también, donde se
narra la América
profunda del
realismo mágico con
su capacidad de
maravillarse. Acaso
sea esto lo que ha
perdido el europeo
moderno con el
problema de la
modernización, de la
secularización.
Recordemos el
diagnóstico de Weber
sobre Europa como
proceso del
desencanto del
mundo; el europeo
vive en un mundo
desencantado, donde
ya lo mágico no
tiene lugar”.
P.:
¿Qué piensa Ud.
Sobre las técnicas
utilizadas desde
Europa para fomentar
la “integración”,
como por ejemplo la
“asimilación”,
método negativo de
imposición cultural,
inducida por un
estado controlador
también las
fronteras culturales
de sus ciudadanos?
R.:
“Para mí, la
estrategia de la
asimilación del
otro, también de la
integración, son
negativas y tienen
muy poco que ver con
interculturalidad.
Las políticas frente
a los extranjeros en
muchos de nuestros
países aquí en
Europa que van a
“integrar” al otro,
en realidad
destruyen al otro.
Aunque lo integren,
hacen de la
integración una
neutralización de la
alteridad y esto es
un paso para mí muy
negativo: la
integración destruye
y disminuye la
riqueza, porque lo
asimila; e
integrarlo por
asimilación
significa que el
inmigrante deja de
ser lo que es y se
convierte en una
identidad próxima a
nosotros, buscando
la proximidad del
“parentesco”.
El
paradigma de la
integración,
obviamente, se hace
desde la cultura
mayoritaria: es el
otro quien tiene que
integrarse, él tiene
que pasar por la
escuela, pasar por
la universidad,
pasar por todos los
procesos de
profesionalización o
de socialización de
nuestra cultura.
Esto significa que
pierde en realidad
su memoria, su
tradición, su
identidad. Por eso,
frente al
planteamiento de la
integración y de la
asimilación,
nosotros en el
ámbito intercultural
planteamos el tema
de la “convivencia”
y la palabra que
usamos no es
asimilación, sino
“solidaridad”. Hay
que ser solidario
con las otras
culturas y no
integrarlas a
nosotros.
Solidaridad como un
horizonte que va
incluso más allá de
la tolerancia,
porque la
solidaridad es más
simétrica.
El
multiculturalismo,
volviendo otra vez a
la diferencia con la
interculturalidad,
lo que niega es el
hecho, en la teoría,
de que las
relaciones entre las
culturas lleguen a
una relación
simétrica; pero en
la
interculturalidad,
por el bagaje ético
de la solidaridad
con el otro, se
reclama llegar a una
convivencia en que
las culturas más
fuertes apoyan a las
culturas más débiles
para superar la
relación
asimétrica”.
P.:
Entre
Interculturalidad y
Globalización:en América
Latina se están
desarrollando cada
vez más proyectos
políticos-culturales,
acordes con el
paradigma del
desarrollo humano
integral, con
propuestas propias,
que tienen como
objetivo el diálogo
entre gobiernos y
comunidades
indígenas, por
ejemplo, para llegar
a una forma real de
democracia
participativa.
¿Puede aclarar Ud.
el concepto de
compromiso político
que es una de las
tareas fundamentales
del proyecto
intercultural?
R.:
“El punto cardinal
de la cuestión de la
interculturalidad
como compromiso
político viene dado
por el contexto del
desafío que plantea
hoy la
globalización. En
este sentido, la
interculturalidad
como proyecto
político se entiende
como una alternativa
a un mundo
globalizado, porque
la interculturalidad
es una propuesta de
universalidad. La
interculturalidad no
renuncia al ideal de
que la humanidad
pueda ser universal;
a saber, podemos
llegar a ser
personas
universales, a
convivir y a crear
un ser humano
universal en un
mundo solidario, que
convive en
solidaridad. El
camino para llegar a
esto no es la
globalización, sino
la
interculturalidad,
justamente; por eso,
la interculturalidad
es muy crítica
frente a la
globalización. Un
mundo globalizado no
es un mundo
universal.
La
interculturalidad
distingue entre
globalidad y
universalidad. Lo
que llamamos hoy
global es la
expansión de un
modelo de
civilización
discriminatorio y no
la participación de
todos los pueblos.
En este sentido,
como suelo subrayar,
la globalización
globaliza la
humanidad, pero no
universaliza la
humanidad. Lo
global es expandir
un proyecto,
expandir una idea, y
sobre todo suponer
que el mundo es ante
todo un espacio de
mercados, y no un
espacio de
convivencia
intercultural
humana. En este
sentido la
globalización
resulta muy
reductora del mundo,
porque hace del
mundo un lugar para
colocar productos.
También es reductora
a nivel
antropológico,
porque considera a
los seres humanos
más como
“consumidores” que
como personas
libres. Por su parte
la interculturalidad
apuesta por la vía
de la profundidad;
una profundidad
humana a la que las
culturas, en
realidad, deben
servir. Lo decisivo
es que cada ser
humano pueda
cultivar mejores
relaciones y mejorar
el uso de la
libertad personal.
Al servicio de este
fin están las
culturas y no al
servicio de mejorar
simplemente las
condiciones
materiales. En este
sentido, la
interculturalidad es
un proyecto de
solidaridad entre
las culturas para el
beneficio de todos
los miembros;
mientras que la
globalización sería
un proyecto
civilizatorio al
servicio de una
dinámica para
aumentar el capital.
Entonces, hay un
conflicto entre
capital y cultura”.
P.:
Profesor, disculpe
la banalidad de mi
afirmación, pero el
capital no se puede
borrar y no se podrá
borrar nunca.
R.:
“No, la observación
no es banal. El
capital también es
un desafío para la
interculturalidad en
este contexto de la
globalización.
Primero, porque el
capital no se podrá
borrar nunca: el
dinero es un factor
cultural también;
ahora el problema
está en el uso que
nosotros podemos
hacer del dinero y
de los procesos del
mercado. Para mí, el
desafío estaría en
“culturalizar”
los mecanismos de
producción, la
técnica,
“culturalizar”
incluso el uso del
dinero,
“culturalizar”
la manera en que
nosotros tratamos y
damos sentido al
dinero. Aquí
“culturalizar”
quiere decir
“pluralizar” los
procesos del dinero;
también los procesos
de la economía.
“Culturalizar”
la economía
significa dejar que
cada región tenga
sus propias técnicas
de desarrollo, sus
propios caminos y
sus propias
economías.
Volvemos de esta
manera a la pregunta
por el compromiso
político de la
interculturalidad
porque este
compromiso se define
en gran parte frente
a los desafíos de la
globalización a
nivel económico. Y
con esta perspectiva
de que también se
puede “culturalizar”
la economía, lo que
se quiere subrayar
es el sentido
político – en el
mejor sentido
clásico del término
– que tienen los
“frutos regionales”
y sus usos; como,
por ejemplo, la
cultura mediterránea
tiene su propia
“agricultura” basada
en el vino, en el
aceite, en el pan,
etc. No son datos
anecdóticos, son
datos que tienen que
ver también con la
forma de vida de
mucha gente, y que
se prefiera tomar el
vino y no coca-cola,
por poner este caso.
Como ilustración: lo
que significa el
vino para compartir,
para lo cotidiano,
no es una cosa
anecdótica.
Desde esta óptica la
trampa de la
globalización
consiste en querer
hacer creer que todo
esto no tiene
ninguna
consecuencia. Pero
sí tiene
consecuencias
culturales: si uno
se acostumbra, por
ejemplo, a comer
como se come en el
Mc Donald’s, hay que
estar conciente de
que es otra cultura
de comer. Todo esto
puede sonar muy poco
filosófico y, sin
embargo, lo es,
porque es en el
diario donde se
juega el destino de
nuestras
tradiciones. De ahí
que insista, como
ilustración, en que
no es anecdótica la
manera que tenemos
de comer, ni la
manera que tenemos
de comprar. No es lo
mismo comprar en un
supermercado que
comprar en un
mercado de pueblo,
donde está la señora
que vende y que
conversa contigo de
la lechuga, etc. y
todo eso tiene que
ver con la
filosofía, porque no
hay otro acceso a la
contextualidad de la
vida. La
globalización
termina con la que
yo llamaría, en el
mejor sentido de la
palabra, la
“pesadez” que tiene
la vida cotidiana,
imponiéndonos un
ritmo acelerado que
“vuela” sobre las
cosas.
Otro
problema filosófico
fuerte que constata
la interculturalidad
en la globalización
es la “sustitución”
de la experiencia
por la información.
Creemos que estar
informados hoy
significa haber
experimentado algo.
Se cree que con
tener la información
ya basta, sin notar
que falta la
convivencia, el
contacto directo, la
cercanía que
conlleva la
“experiencia”.
Otra
cuestión
problemática que ve
la interculturalidad
en la globalización
es que ésta, por la
aceleración que
tiene de los ritmos,
no da tiempo para la
interrupción. Si
interrumpes, se
rompe la cadena del
proceso productivo,
informativo, etc. Y
lo que agrava es la
ya mencionada
aceleración. Frente
a esto la
interculturalidad
propone algo muy
complicado para este
sistema, que es
“interrumpir”.
Interrumpe tu vida,
detente a pensar;
interrumpe, y no te
dejes arrastrar por
el curso acelerado
de los ritmos
sociales, para
preguntar: “¿pero
qué estoy
haciendo?”. Hay que
aprender a pensar.
Es lo que en
filosofía se llama
el “momento
reflexivo”. Si no
hay momentos de
interrupción, no se
tiene
contextualidad, es
decir, no se puede
vivir
experiencialmente el
contexto, porque
ello requiere “tener
tiempo”. La
experiencia es
lenta.
Por
eso, frente a la
rapidez de la
globalización la
interculturalidad
aboga por un cierto
ritmo lento. No se
puede ir tan rápidos
para entender al
otro, para amar al
otro. Tenemos que
respetar nuestros
ritmos biológicos.
Pues no olvidemos
que contextualidad
significa también
corporalidad”.
P.:
Estimado Profesor,
vemos que, en
realidad, en América
Latina hay una
cultura criolla, una
mestiza y una
indígena, que de una
manera u otra
comparten algunos
aspectos de la misma
historia y sobre
todo comparten el
mismo espacio
geográfico. Sin
embargo, algunas
culturas se han
convertido en
culturas nacionales,
dominantes, como
resultado de un
largo proceso
histórico, pero este
hecho oculta
“memorias” presentes
en el subcontinente
americano. Mi
pregunta es: ¿Por
qué el proyecto
civilizador de
Occidente fue capaz
de llevar a cabo una
acción tan
marginadora de unas
culturas (como de
las indígenas en
este caso), en vez
de otra y no se
organizó al revés?
R.:
“Esta es una
pregunta realmente
difícil y complicada
históricamente,
porque por una parte
tiene que ver con lo
que hablamos sobre
el ideal del
conocimiento: ¿Para
qué queremos
conocer? O sea que
si, por ejemplo, una
cultura dice:
queremos conocer
para dominar el
mundo, ello implica
que se entiende como
una cultura
agresiva, una
cultura que se va a
expandir. En
filosofía,
concretamente, uno
de los documentos
básicos de lo que se
llama la filosofía
moderna europea es
el “Discurso del
método” de
Descartes, que dice
que el hombre está
llamado a ser
maestro, señor,
dominador de la
naturaleza. Aquí,
pues, se quiere
saber para dominar
la naturaleza.
Ésta
sería una cultura
muy distinta de una
cultura que conoce
para disfrutar el
orden cósmico, la
armonía cósmica. De
hecho muchas
culturas indígenas
tienen como ideal no
interrumpir el
equilibrio de la
naturaleza. Si hay
un equilibrio
cósmico, entonces,
la función del
hombre debe ser la
de no interrumpir,
es decir, mantener
este equilibrio
cósmico. Por
ejemplo, hay un
ritual: cuando vas a
cortar un árbol,
tienes que
disculparte. Un
ejemplo muy famoso
es el de China:
conocen la pólvora,
pero no la usan para
hacer cañones o
armas, sino sólo
para hacer fuegos
artificiales; es una
forma cultural.
Pero
volviendo a la
pregunta: ¿Por qué
Occidente? Yo creo
que se debe en gran
parte al carácter
cultural que
Occidente le da a la
ciencia tecnológica
como instrumento de
dominación. Aunque
debemos tener en
cuenta también lo
siguiente. La idea
del progreso domina,
pero también
fascina. Y en este
sentido hay que
considerar la
pregunta por el
poder de fascinación
de la cultura
occidental; sin
olvidar
evidentemente el
hecho del
colonialismo por
parte de Occidente
que se lanza a
descubrir y a
dominar otros
pueblos. Otro factor
que no se puede
olvidar dentro de
este contexto es el
nacimiento de una
religión que quiere
expandirse
mundialmente.
Entonces, coinciden
muchos factores que
hablan a favor de no
“quedarse en su
casa”, sino de salir
y expandir el poder,
el dominio.
Insisto, sin
embargo, que estamos
ante una pregunta
culturalmente
difícil cuya
consideración seria
requiere ir al fondo
de los factores del
por qué Occidente se
lanza a descubrir;
porqué nace aquí
esta mentalidad
calculadora; porqué
aquí nacen
determinados
inventos que
facilitan toda esta
expansión, qué papel
juega el
capitalismo, porqué
y cómo se despliega
la mentalidad y la
acción del “hombre
conquistador”, etc.
P.:
¡Ya los Romanos eran
así! La filosofía de
Occidente es una
filosofía de
expansión desde
siempre: ¿está en su
ADN? El problema es
que desde el antiguo
imperio romano sigue
siendo así, a pesar
de las batallas y de
las conquistas que
se han hecho en el
campo de los
derechos humanos,
pienso en la
Declaración
Universal, por
ejemplo.
R.:
“Sí, son los lejanos
orígenes del
imperialismo con su
temprano discurso de
civilización y
barbarie; pero,
repito, la respuesta
es muy compleja”.
P.:
Por consiguiente,
¿cuáles son los
elementos culturales
que diferencian y
alejan a la cultura
occidental, o
europea, de la
cultura americana?
O, mejor dicho,
¿cuál es el espíritu
profundo de lo
Americano, el alma
de ese “otro” o el
“rostro” del otro,
de quién todos los
filósofos y teólogos
de la liberación
hablan? No creo que
sólo se luche para
la liberación del
“pobre”, según la
acepción meramente
misionera y
cristiana del
término. Se lucha
para algo que va más
allá y que tiene sus
raíces en el terreno
del subconsciente
del continente
latinoamericano.
Entonces, ¿cuál es
este arquetipo donde
nacen todos los
conflictos, las
luchas, toda esta
falta de conciencia
que siempre se ha
querido tener bajo
el yugo de
Occidente? En fin,
¿dónde se halla el
sentido profundo de
lo Americano, el
origen de la
cultura, de lo que
los europeos sienten
como diferente y por
qué se percibe así?
R.:
“Yendo, digamos, al
aspecto del
“arquetipo” de la
pregunta, diría que
la cuestión común a
América Latina es
una experiencia de
dolor y de
sufrimiento por la
invasión, por la
conquista europea.
Es una especie de
trauma en la
conciencia del
latinoamericano. Los
latinoamericanos
son pueblos que se
sienten
conquistados;
pueblos cuyo
desarrollo fue
interrumpido por una
invasión con valores
extraños, ajenos a
los propios. En el
fondo de lo que tú
llamas aquí el
“arquetipo” hay toda
una experiencia de
sufrimiento y de
dolor que viene de
la conquista, de las
masacres a los
indios, de la
esclavitud de los
afroamericanos. Todo
eso queda en la
memoria. En la
memoria queda un ser
despreciado, un ser
humillado, una mujer
violada: éstos son
aspectos que están
en la fuente de la
memoria
latinoamericana.
Al
mismo tiempo, el
deseo de la
liberación es la
otra cara de esta
historia de dolor;
la resistencia
frente al dolor, la
resistencia frente a
la humillación, la
resistencia frente a
la opresión y a la
violencia han hecho
que esos mismos
pueblos no se den
por vencidos y que
busquen caminos de
liberación. Creo que
todo esto está en el
fondo de América
Latina hasta hoy,
porque todo esto se
prolonga hasta hoy
con la historia del
imperialismo. Y por
eso se tiene una
percepción del
imperialismo que ya
no tiene Europa.
Europa es parte del
mundo colonial,
Europa también forma
parte del Norte. Así
se da una ubicación
geopolítica y
cultural que se
expresa en la
diferencia que
América Latina ve el
mundo desde el Sur.
América Latina se
percibe como
perteneciendo a la
parte Sur del mundo
y ubica a Europa en
la parte Norte. O
sea hay una
percepción que
refleja el conflicto
Norte-Sur.
Todo
esto sirve para
entender el
trasfondo de lo que
mencionabas sobre el
rostro del pobre y
la insistencia en el
compromiso de la
opción por los
pobres como
compromiso con la
memoria y la
esperanza de los que
parecen “perder la
partida” de este
mundo”.
P.:
¡Pero sabemos que no
es correcto o que es
verdadero sólo en
parte hablar de
Europa así!
R.:
“Ciertamente, y por
eso te decía que hay
que leer
interculturalmente
la historia de
Europa, sobre todo a
partir del proceso
de modernización. Mi
opinión es que la
Europa moderna tiene
sus propias
víctimas, pues no ha
sido colonizadora
simplemente hacia el
exterior, sino
también hacia
dentro. Hay, pues,
una doble dialéctica
de colonialismo
hacia fuera, hacia
otros pueblos, y
hacia dentro, hacia
sus propias
diferencias”.
P.:
En Europa misma
vemos la ruptura
Norte-Sur, de modo
que el discurso de
la marginalidad se
puede aplicar dentro
de la misma Europa
también. Pero, ¿el
elemento no
occidental en
América Latina no
marca una diferencia
fundamental?
R.:
“Hay una diferencia
por cierto. Al
interior mismo de
Europa se puede dar
el diálogo
Norte-Sur, hay la
famosa Europa de las
varias velocidades;
entonces, hay una
Europa central y
dominante, compuesta
por Alemania,
Francia e
Inglaterra; hay
Europa Mediterránea,
que queda en una
periferia; por no
hablar de Europa
Oriental, Rumania,
Bulgaria. Entonces,
Europa misma tiene
su propia periferia,
podemos hablar de
centro-periferia,
Norte-Sur dentro de
la misma Europa.
A
pesar de todo esto,
hay una diferencia
entre América Latina
y Europa. América
Latina no es del
todo occidental, al
menos desde un punto
de vista cultural.
América Latina
tiene pueblos.
Hablamos antes de la
“memoria”, pero
estas memorias no
son memorias de
muertos, como puede
tener un italiano de
hoy la memoria de
los romanos, por
ejemplo. No es la
misma cosa, porque
el quechua vive, el
aymara vive, el kuna
vive: son pueblos
vivos, pueblos que
tienen su propia
cultura, sus
tradiciones, ellos
mismos representan
sus memorias. Lo
mismo sucede con los
afroamericanos; no
estamos hablando de
los afroamericanos
de hace cien o
doscientos años,
sino de los negros
de hoy, de la
civilización
afroamericana y de
la cultura
afroamericana de
hoy. Lo mismo es
cuando hablamos de
los indígenas de
Perú, no hablamos de
los Incas de antes
de la colonia, sino
que estamos hablando
de los quechuas y de
los aymaras de hoy.
Entonces, en este
sentido, la
interculturalidad en
América Latina tiene
una componente no
occidental que se
debe a la memoria
viva y a la
presencia de sus
pueblos. América
Latina se nos
presenta con muchos
rostros: un rostro
que es mestizo, otro
que es criollo u
otro que es europeo.
Pero estos tres
rostros, aunque son
los mas difundidos,
no agotan la
alteridad
latinoamericana
porque hay que
añadir todavía los
rostros indios y
afros. Con todo,
como decía, se puede
hablar de un fondo
experiencial común:
la experiencia de la
negación por parte
de Europa”.
P.:
¿Quiere decir que ha
negado
individualmente el
sujeto y también
colectivamente un
pueblo entero?
R.:
“Ha sido más bien
una negación triple:
porque ha negado
políticamente, al no
reconocer las
instituciones
políticas; ha negado
religiosamente, al
no reconocer el
valor de las
religiones; y ha
negado
culturalmente,
porque no ha
reconocido el valor
de las culturas.
Todo esto implica al
mismo tiempo las
dimensiones
personales, porque
cada individuo es un
ser político,
religioso y
cultural. La
negación colectiva
se vive, pues,
también como
negación personal en
cada miembro de la
colectividad”.
P.:
Profesor, a través
de una lectura
puntual de su obra
“Transformación
Intercultural de la
filosofía” (p.
259-260) reluce un
concepto interesante
acerca de la cultura
latinoamericana, que
sería importante
aclarar para lograr
una mayor
comprensión del
concepto de
Interculturalidad.
Ud. dice que el
concepto de cultura
tendría que ser
“historificado”.
Pero ¿qué significa
en realidad
“historizar nuestro
concepto de
cultura”?. ¿Tiene
algo que ver con el
concepto de
“contextualizar” una
cultura?
R.:
“Sí, historizar y
contextualizar son
conceptos que se
complementan. Si las
culturas son
históricas es porque
son contextuales; es
decir, que nacen en
un contexto, dentro
de una comunidad y
dentro de procesos
sociales. De modo
que, cuando hablo de
“historizar”, estoy
hablando de
recuperar la
dimensión de la
variabilidad y del
cambio dentro de las
tradiciones.
Nosotros podemos
caer en anacronismos
de pensar que las
tradiciones
culturales han sido
siempre así.
Entonces, el
problema de
“historizar” la
cultura, hablando
con más precisión,
es una cuestión de
historizar nuestras
tradiciones
culturales. Ahora
bien: ¿Qué significa
historizar nuestras
tradiciones
culturales?
Significa
preguntarse: ¿de
dónde vienen
nuestras tradiciones
culturales? Y
preguntar dónde se
originaron, para
hacer una especie de
viaje de regreso.
¿Cómo se originó
nuestra cultura?,
¿quiénes, o qué
sujetos
representaron esta
tradición?, ¿por
qué? Un ejemplo
concreto: vamos a
ver el papel de la
mujer en una
tradición de cultura
indígena. Hay
culturas indígenas
en las que la mujer
no tiene derecho a
hablar en una
asamblea. Una mujer
indígena puede
decirse: “nunca las
mujeres tuvieron
derecho a hablar”; y
puede darse por
contenta, porque
siempre ha sido así
por la tradición de
su cultura.
Entonces, historizar
esta cultura
significa que los
miembros de esta
cultura tendrían que
preguntarse: ¿cuándo
empezó; cómo se
originó esta
costumbre; por qué y
quién tenía un
interés en que las
mujeres no hablasen
en una asamblea
pública?
Historizar significa
hacer la génesis de
nuestros usos y
costumbres. ¿Por qué
estoy acostumbrado
a hacer una cosa y
no otra? Esta
pregunta es muy
importante porque
con ella se puede
distinguir entre
“normatividad” y
“normalidad”. Es
normal que las
mujeres no hablen,
porque lo dice la
tradición, pero: ¿es
normativo? Al nivel
de esta pregunta,
historizar una
cultura nos ayuda a
distinguir entre lo
que es fáctico y el
deber ser de una
cultura y los
valores. Con este
concepto de
historizar yo
entiendo la
capacidad de
crítica, el derecho
y la posibilidad que
la cultura debe dar
a sus miembros de
asumir una
perspectiva crítica
frente a la
tradición. Esa
cultura indígena
podría haber sido
diferente. Si una
mujer hubiera
reivindicado el
derecho a hablar,
probablemente
hubiera sido
diferente, después
de una reflexión
crítica.
Por
otra parte está la
experiencia de que
las culturas son
rectificables, sobre
todo mediante la
crítica
intercultural. Es
una perspectiva para
la búsqueda de la
universalidad y es
útil para distinguir
lo propio y lo que
es bueno. Es decir
para ver que lo
propio, no porque
sea propio, ya es
bueno. En suma, la
historización de una
cultura permite
abrir el horizonte
de su
rectificación”.
P.:
¿Está vinculado al
concepto de
“revisión de lo
propio” también lo
que permitiría a la
Cultura
Latinoamericana ver
el conflicto entre
tradiciones que se
halla dentro de si
misma?
R.:
“Completamente. Es
otra manera de
decirlo. En la
revisión está el
sentido del diálogo
intercultural;
revisión que supone
la comprensión. Es
decir hablar con el
otro tiene sentido
por la comprensión
mutua que lleva a su
vez a procesos de
rectificación”.
P.:
¿También el discurso
del conflicto de
tradiciones está
vinculado al
concepto de
historizar?
R.:
“Sí, también.
Decimos que si las
culturas pudieron
ser de otra manera,
es porque tienen
varias tradiciones,
como se muestra con
una lectura crítica
e intercultural de
nuestras culturas y
nuestras
tradiciones. Puede
haber y de hecho es
lo que sucede, una
tradición dominante
en una cultura, pero
no la agota. Hay que
saber leer lo que va
quedando al margen
cuando hay una
tradición dominante.
Por
ejemplo, tomemos la
cultura italiana de
hoy. El italiano,
digamos, tiene que
reconocer que el
catolicismo ha
jugado un papel muy
importante en la
configuración de la
cultura italiana.
Esta tradición
católica cristiana
ha sido como un eje
para centrar,
configurar y dar una
cierta estabilidad a
la cultura italiana.
Pero, ¿qué significa
esto para otras
tradiciones? Que,
por ejemplo,
tradiciones laicas
italianas quedan
marginadas. Y esto
es lo que la
historización de las
culturas ayuda a
comprender, a saber,
que en el mismo
proceso de
constitución de una
cultura se crean
centros y
periferias, Y que,
por tanto, la propia
cultura debe ser
leída en la
dialéctica de
dominación/opresión”.
P.:
Estimado Profesor,
otra vez en
“Transformación
Intercultural de la
Filosofía” (pp.
259-260) Ud. afirma
que desde una
perspectiva
latinoamericana se
ve que en América
las culturas
nacionales no son
símbolos de unión
sino de reducción.
¿De qué depende este
fenómeno?
R.:
“Las culturas
nacionales son
reductoras porque se
basan en la idea del
mestizaje. Suponen
que América Latina
es un continente
mestizo, con una
lengua, una
religión, una
cultura, etc. Pero
este mestizaje es
reductor porque, en
lo que se refiere a
la lengua, usa
solamente español o
portugués. Y en lo
religioso, por poner
otro ejemplo, se
minimiza la
presencia de la
pluralidad
religiosa. La
cultura nacional, en
mi opinión, es parte
de la cultura
criolla, dominante o
de la cultura
mestiza. Y por eso
no refleja la
riqueza de todas las
culturas
tradicionales
presentes en América
Latina (como hemos
dicho, también
existen las culturas
afroamericanas y las
indígenas: aymara,
quechua, guaraní,
etc.). La cultura
latinoamericana ha
sido reductora
claramente, porque
ha marginado estas
otras culturas; es
decir porque las ha
excluido del
proyecto de
civilización. En
realidad, éste ha
sido un proyecto de
occidentalización.
Las culturas
nacionales responden
a ese modelo y en
este sentido
expresan un
desarrollo de
América Latina
marcado por la
occidentalización de
Europa y de EE.UU.”
P.:
Una cuestión que me
gustaría sondear con
Ud. es la de la
“Crítica
Intercultural” a la
Filosofía
Hispanoamericana,
justamente era por
eso que al principio
de nuestra
entrevista insistía
en aclarar las
diferencias entre
Europa y América
Latina. La cuestión
de la crítica es
clara, pero ¿por qué
“intercultural”?
R.:
“En la filosofía
latinoamericana hay
que distinguir
varias etapas
históricas. En la
colonia, por
ejemplo, está el
período de la
escolástica, al que
sigue luego el
período del
positivismo en el
siglo XIX, que será
a su vez superado en
el siglo XX por
varias corrientes.
La escolástica de
fin del siglo XVI es
la filosofía que se
transplanta en
América Latina, la
filosofía que viene
de Europa, de España
concretamente. Es la
que se impone y se
enseña en las
academias, y la que
sirve para la
formación del clero,
entre otras cosas.
Este dominio se
quiebra con la
ilustración. Con la
influencia de las
corrientes de la
filosofía francesa,
inglesa o italiana
empieza en América
Latina una crítica a
la escolástica que
es una crítica
interna de la
filosofía europea a
sí misma y que
renueva la filosofía
en América Latina.
En este contexto de
finales del siglo
XVIII, pero sobre
todo del siglo XIX
se impone el
positivismo, con la
influencia sobre
todo de Augusto
Comte. Se hace valer
la idea de que hay
que hacer una
filosofía positiva,
que organice la
política y la
educación, porque
los países
latinoamericanos lo
que necesitan es una
nueva política, un
buen gobierno y una
buena educación. Esa
es la clave para
progresar. O sea lo
que se necesita es
una filosofía para
el progreso social.
El positivismo,
entonces, es una
crítica ilustrada a
la escolástica. Pero
importante para mi
es entender que se
trata de crítica al
interior de la
filosofía de origen
europeo. En este
debate es la
filosofía europea la
que se critica a sí
misma.
Lo
mismo pasa en el
siglo XX con el
marxismo en América
Latina, que se puede
leer como una
crítica a la
filosofía
latinoamericana
positivista, al
subrayar que lo que
se necesita no es
una filosofía para
el progreso, sino
una filosofía para
la revolución. Y lo
mismo se podría
decir también de la
filosofía cristiana
en América Latina.
Teniendo en cuenta
este trasfondo de un
desarrollo
filosófico en el que
se ve cómo la
crítica se articula
como el debate entre
corrientes europeas,
he querido
distinguir el
sentido de mi
crítica, llamándola
“intercultural”. La
crítica
intercultural es la
crítica que yo hago
a esta filosofía
hispanoamericana que
ha sido más o menos
eco de la filosofía
europea. Y la llamo
“intercultural”,
porque la hago desde
otras culturas;
desde las filosofías
y las culturas
indígenas y
afroamericanas, que
no han participado
en el proceso de
constitución de lo
que se llama el
pensamiento
filosófico
latinoamericano.
Están ausentes.
Entonces,
“intercultural”
quiere decir aquí
repensar ese proceso
desde la ausencia,
desde las culturas
ausentes. Es una
“crítica
intercultural”
porque se hace desde
fuera de la cultura
filosófica
dominante. Por eso,
es una crítica de la
Filosofía de la
Liberación también.
La Filosofía de la
Liberación, para mí,
no es
“intercultural”,
porque sigue todavía
los cánones de la
filosofía occidental
dominante. Además no
se abre todavía a la
riqueza que refleja
la condición
“plurilingüística”
de América Latina.
Creo que tenemos que
dar también el
derecho a que las
culturas indígenas
usen sus propias
lenguas: el aymara,
el quechua, el
guaraní. Hay que
hacer filosofía
desde esa condición
plurilinguística
para llegar a una
verdadera
“polilógica”.
P.:
Otra pregunta
provocadora,
Profesor, en
relación con la
polémica sobre la
lengua en América
Latina. Podríamos
citar a Fernández
Retamar con su
“Calibán”[2]
(dejando a parte en
este contexto su
sentido ideológico
contra el Arielismo
de Rodó[3])
y también podríamos
llegar directamente
a Shakespeare que en
“La Tempestad”
claramente nos
muestra la relación
de dependencia entre
Calibán y Próspero.
Una posible lectura
que se puede hacer
del conflicto entre
estos dos personajes
es a través de la
lengua. En sus
idiomas se halla el
sentido profundo de
la dialéctica entre
opresor y oprimido
(de la dialéctica
hegeliana del amo y
el eslavo). La
lectura alternativa
es que desde la
lengua, como
instrumento de
liberación, se
cumple la rebelión
final de Calibán,
que para liberarse
debía aprender el
idioma de su propio
colonizador y
dominador. Entonces,
el idioma que el
pueblo
latinoamericano ha
aprendido con la
sangre, es señal de
la unidad
lingüística,
elemento
importantísimo para
definir la unidad
del continente. ¿Qué
piensa Ud.?
R.:
“La lengua es un
elemento fundamental
y yo estaría de
acuerdo con el
discurso de
Fernández Retamar de
que el
latinoamericano
aprende y asume el
lenguaje del
colonizador y
convierte la lengua
en un arma de
liberación,
siguiendo a
Shakespeare. Hay que
decir además que la
lengua española en
América Latina sufre
una transformación;
yo esto no lo
discuto, pero desde
una perspectiva
intercultural es
estrecho y reductor
proponer solo el
español o el
portugués como la
lengua, porqué
en América Latina
hay pueblos que no
hablan español ni
portugués”.
P.:
Ud. ha dicho que una
característica
intercultural
fundamental es que
cada pueblo tendría
que poder hablar su
propio idioma, para
lograr el
“plurilingüismo”, o
la “polifonía”,
principios
expresados en la
Filosofía
Intercultural. Es
importante ver cómo
en América Latina
hay voluntad
política por parte
de los gobiernos de
integrar en la
educación escolar
los planteamientos
de la Educación
Intercultural
Bilingüe.
R.:
“Sí, porque además
de estas lenguas, el
español, el
portugués, el inglés
o el francés en la
zona del Caribe, hay
otras lenguas en
América Latina, las
lenguas indígenas,
que son igualmente
necesarias para
expresar lo que
llamamos lo
auténtico
latinoamericano.
Estas lenguas
también tienen su
capacidad de
memoria, de ver el
mundo. Entonces,
creo que el
replanteamiento que
propone la
interculturalidad es
romper con la imagen
de que América
Latina sólo habla
español. Sólo es
correcto desde la
perspectiva ibérica
llamar el continente
americano
Hispanoamérica o
Iberoamérica, pero
el continente es más
diverso, está
formado por muchas
culturas indígenas y
afros también, por
consiguiente, por
muchos idiomas.
Hay
un Consejo de
pueblos indígenas
que ha propuesto
otro nombre para
América, que es el
nombre kuna de “Abia
Yala” que significa
“Tierra de sangre”,
traducido al
español. En ese
punto, entonces, la
tarea de la
interculturalidad
está en el empezar a
reconocer la
pluralidad
lingüística de los
pueblos de América
Latina, que expresan
el fondo de América
Latina. Hay que
empezar por la tarea
del reconocimiento
de todas las
partes”.
P.:
Hemos visto cómo ha
crecido la
participación de
muchas voces
indígenas, la gente
sencilla ha bajado a
la calle, ha
levantado su voz por
los derechos de los
pueblos. Recordamos
al Premio Nobel por
la Paz del 1992,
Rigoberta Menchú, o
a la imagen que ha
dado la vuelta al
mundo, el
Subcomandante
Marcos. Tenemos un
aumento de los
proyectos de
participación
democrática, aunque
hay que tener
cuidado con las
manipulaciones que
la política, el
poder, los gobiernos
nacionales y los
medios de
comunicación hacen
del tema, porque
participar no quiere
decir
automáticamente
tener también voz, y
tener voz tampoco
significa
automáticamente ser
escuchado. Pero,
¿cúales filósofos
indígenas actuales
tenemos en relación
con el movimiento
intercultural?
R.:
“Hay varios, por
ejemplo, Aiban
Wagua, que es kuna,
o Milton Cáceres en
la zona andina”.
P.:
Profesor, tengo una
pregunta más sobre
el tema de la lucha
por la unidad
latinoamericana.
Esta vez es quizás
menos académica. Me
interesa su opinión
sobre Ernesto Che
Guevara, El Che. Che
Guevara pensaba que
el continente
americano estaba
formado por
diferentes culturas
y diferentes pueblos
históricos, con sus
memorias históricas
también diferentes;
en esta diferencia
él identificó una de
las causas de la
mayor contradicción
de América Latina:
su riqueza de
capital humano y
recursos naturales
que no se unen en la
lucha para
contrastar con el
aniquilador poder de
Occidente. Cabe
relevar que él vio
la gran pobreza y
las desigualdades
comunes al
continente de arriba
hasta abajo. Para
Che Guevara un
objetivo común debía
ser la lucha por la
defensa de una sola
identidad
latinoamericana.
Muchos ya habían
hablado de esta
identidad
latinoamericana:
recordamos el
“Discurso de
Angostura” del 1819
de Simón Bolívar, o
la obra magistral de
José Martí, “Nuestra
América”. Estos
personajes fueron
las mentes más
poderosas de la
emancipación
latinoamericana. Lo
que quisiera saber
es: ¿por qué ninguno
toma en
consideración el
pensamiento del Che
Guevara y no se hace
una crítica de su
obra? Su pensamiento
es mero material
para literatura y
cine romántico.
R.:
“Bueno, puede ser
también un problema
de prejuicio, es
decir, que se piense
que es un político
más que un filósofo.
Pero dentro de la
misma tradición
marxista Che Guevara
es muy respectado
por los
transformadores del
marxismo en América
Latina. Lo que pasa
es que dentro de la
misma corriente
marxista fue
marginado, porque
Che Guevara era muy
“utópico”, y planteó
el problema del
“hombre nuevo”. Pero
sin duda es una de
las figuras que
habría que recuperar
para una filosofía
popular, para una
filosofía del
compromiso. Yo mismo
tengo una historia
del marxismo en
América Latina y uno
de los capítulos del
libro fue dedicado a
Che Guevara”.
P.:Sí, yo me
refería al hecho de
que no se va más
allá de su ideología
revolucionaria
romántica, sólo se
le analiza en
relación con la
acción de la
guerrilla; aunque
demasiado utópico,
las utopías mueven
el mundo. Che
Guevara se utiliza
más como símbolo de
la revolución y no
se profundiza su
pensamiento.
R.:
“Estoy completamente
de acuerdo. Porque,
como trataba de
explicar antes,
dentro de la misma
cultura marxista Che
Guevara es
considerado un
heterodoxo que puede
servir de “bandera”,
como un símbolo,
pero cuyo mensaje
resulta peligroso y
se hace a un lado”.
P.:
Una frase del Che,
que se ve como
slogan en las
pancartas, me
impactó mucho, decía
que los libertadores
no existen y que son
los pueblos los que
se liberan a sí
mismos. Los pueblos
son los únicos
protagonistas de las
acciones de
liberación.
R.:
“Sí, porque el
“sujeto histórico”
es el pueblo;
podemos hablar de la
función del
filósofo, del
intelectual, pero el
sujeto es el mismo
pueblo. La labor del
profesional, del
revolucionario, del
intelectual es
“acompañar”, ser
parte de este
pueblo, marchar con
este pueblo. Yo creo
que uno de los
grandes aportes que
tiene Che Guevara
hoy en día incluso
es la importancia
que le daba a la
toma de conciencia y
a la formación
cultural y política.
Importante es, por
tanto, tomar
conciencia de la
situación histórica,
tomar conciencia de
lo se quiere, y
partir desde allí.
Esto es el sentido
del compromiso que
orienta la praxis
cotidiana para el
futuro. Esta es una
gran pretensión y
una gran exigencia
del sentido del
compromiso que tenía
Che Guevara, como
político y como ser
humano”.
P.:
Profesor, cuál es el
impacto "real" de la
Interculturalidad en
generar una buena
vida, condiciones
para un vida digna?
No solamente me
refiero solamente a
relaciones de
calidad, de las que
hemos hablado a lo
largo de nuestra
entrevista, sino más
bien a cómo puede
influir en las
estrategias
políticas y
sociales. ¿Qué
piensa Ud. sobre el
tema?
R.:
Desde mi punto de
vista la convivencia
intercultural puede
ser una fuente de
enriquecimiento de
nuestros planes de
vida buena porque
nos ayuda a ver en
las tradiciones del
otro posibilidades
de vida humana que a
lo mejor hemos
olvidado. Por
ejemplo, el contacto
con personas de
culturas que
cultivan el sentido
de la fiesta u otra
manera de "pasar" el
tiempo, nos puede
ayudar a nosotros
occidentales
modernos a
comprender que
llevar una vida
buena significa
redescubrir el
tiempo como vida y
no como un simple
medio para lograr
objetivos como más
dinero. Pero también
puede la
interculturalidad,
justamente en base a
esa convivencia
personal, ayudar a
reorganizar los
espacios políticos y
sociales de manera
que respondan mejor
a los planes de vida
de las personas, y
no a los intereses
de una economía
preocupada por la
ganancia y no por el
verdadero
"bienestar" de la
gente.
P.:
Las teorías del
desarrollo son
muchas, abarcan
muchos campos, han
ido evolucionando a
lo largo de los
años, bajo una
mirada crítica,
podemos decir que
dependía de los
intereses de los
actores implicados
en la cooperación al
desarrollo, antes de
moverse en base a
los intereses de los
países más pobres.
En estas teorías se
ha hablado de países
“desarrollados”, “en
vía de desarrollo” o
“subdesarrollados”.
¿Quién decide los
criterios para estas
definiciones?
R.:
“Para mí el problema
radica aquí en la
visión que se tome
como paradigma para
definir el
desarrollo. ¿Qué es
el desarrollo? Desde
nuestro modelo de
civilización de
Occidente, son
subdesarrollados
todos los que, por
ejemplo, no tienen
nuestro nivel de
vida, todos los que
no tienen
autopistas,
ordenadores, etc.
Pero, ¿no hay otros
paradigmas del
desarrollo? ¿Es
desarrollo capacidad
de meditación,
capacidad de vida
espiritual,
capacidad de la
respuesta a la
pregunta por el
sentido? Hay
culturas que son más
“desarrolladas” en
esos niveles, que
tienen una
profundidad de vida
que nosotros ya
hemos perdido. Ahora
bien, el problema es
que hay un modelo de
civilización que se
ha globalizado, que
es el modelo
justamente de
civilización
occidental.
Tanto en Patagonia
como Alaska, hay
patrones
occidentales.
Entonces el problema
es que se expande el
modelo de una
civilización que
pone un espejo y
todas estas culturas
que se miran en este
espejo se ven
“feas”. De ahí viene
en gran medida el
poder de Occidente,
de este haber
construido un espejo
donde todos quieren
mirarse. La cultura
occidental funciona
entonces como un
espejo para
Argentina, para
Nigeria, para
Bangladesh,
Pakistán, etc; un
espejo donde hay que
mirarse para ver
futuro, y esto se
debe en gran parte
al colonialismo, a
la expansión
colonial de haber
impuesto un sistema
universal, un
sistema de vida de
la gente y haber
colonizado la mente
de la gente: para
ser humano hay que
tener tales
características.
Por
eso, es muy
importante,
volviendo a Che
Guevara, el problema
de la conciencia,
despertar la
conciencia crítica
de la gente para que
se pueda preguntar
con qué derecho se
invade el mundo con
tantos productos y
se impone un modelo
de vida. Yo creo que
es muy importante
para responder a
esta pregunta de qué
es desarrollo o
subdesarrollo,
preguntarnos cuál es
el futuro que
queremos,
consultando para
ello la pluralidad
cultural. Mientras
haya una pluralidad
de culturas, hay
pluralidad de
futuros; y se puede,
por tanto imaginar
el futuro de otra
manera. Pero si hay
una humanidad
globalizada sólo se
puede representar el
futuro de una
manera, un futuro
programado”.
P.:
La asimetría y el
desequilibrio que
existen entre Norte
y Sur es un hecho
más que evidente en
todos los sentidos y
contextos:
económica, social,
política y
culturalmente.
¿Dónde se halla la
ruptura Norte-Sur,
según su punto de
vista? Además, ¿qué
es lo que impide que
se logre un
equilibrio más o
menos estable?
R.:
“Precisamente la
constatación de esa
simetría evidente
fue lo que me llevó
a crear la
iniciativa del “Diálogo
Norte-Sur”
que nace en el 1989
con un encuentro
entre filosofía
latinoamericana y
filosofía europea.
La intención es la
de intentar, en
filosofía, lograr un
equilibrio
epistemológico en
las relaciones
culturales,
concretamente
filosóficas, entre
los países del Norte
y los del Sur. Esto
significa que el
diálogo Norte-Sur
tiene que plantearse
el problema de
repensar en las
consecuencias de la
colonización. ¿Qué
consecuencias
académicas,
políticas,
económicas ha tenido
la historia del
colonialismo? Y
comenzar por esta
pregunta no es
casual, pues muchas
de las asimetrías
que hoy tenemos en
el mundo actual son,
en efecto,
consecuencias del
colonialismo. Una de
ellas es la que en
filosofía yo llamo
“asimetría
epistemológica”.
Hay muchos saberes
en el mundo, muchos
métodos
alternativos, muchas
formas de saber, sin
embargo, en el mundo
se extiende sólo la
cultura científica
occidental: hay sólo
un tipo de
universidad, un tipo
de “profesional”.
Esto es un
desequilibrio
epistemológico, que
se expresa justo en
que se está
produciendo sólo un
tipo de saber,
completamente
occidental y
occidentalizante.
El
diálogo Norte-Sur
empieza, así, por
evidenciar que
muchas de las formas
de saber que
nosotros tenemos hoy
en día son
consecuencias del
colonialismo; por
ejemplo, la
expansión del tipo
de universidad
europea y del tipo
de saber que en
estas universidades
se transmite,
acompañado
naturalmente de la
expansión del
Mercado Occidental.
Es decir que hay que
ver la dependencia
mutua que se ha
impuesto entre lo
que el mercado
“necesita” y el
saber profesional
que se reproduce y
se apoya. Un ejemplo
concreto de este
desequilibrio
epistemológico,
científico, es el no
reconocimiento de la
medicina
tradicional. Por
eso, yo creo que,
para lograr una
simetría, para
superar este
desequilibrio entre
Norte-Sur, hay que
empezar por
“pluralizar” el
conocimiento,
reconocer que la
humanidad tiene
derecho a conocer de
distintas maneras.
Esta es una
exigencia concreta,
una reivindicación
concreta, para
restablecer la
simetría.
Así
que, además de una
simetría a nivel
económico y
financiero, o a
nivel político o
militar, debe haber
también una simetría
a un nivel que, para
mí es muy básico, a
saber, el nivel
cognitivo”.
P.:
Profesor, como Ud.
ya sabe, en América
Latina la condición
del acceso a la
educación está muy
lejos de las
necesidades
primarias de la
gente, a excepción
del caso cubano, (lo
demuestran los
índices de
Desarrollo Humano
del PNUD, el
Programa de Naciones
Unidas para el
Desarrollo), a pesar
de los éxitos que se
ven en las
estadísticas de la
ONU y sus programas
y agencias para el
alcance de los
Objetivos del
Milenio. Pensando
en esta limitación,
me imagino que el
pensamiento de
intelectuales y
filósofos no llegará
a las masas, sino
solamente a las
elites. A menudo,
los intelectuales
han sido aliados del
“poder”, con todo lo
que este término
implica: dominio
político, económico
y cultural. Hasta
ahora hemos hablado
explícitamente de
las transformaciones
impuestas por la
globalización
neoliberal en el
mundo, que se debe
obstaculizar con
medios adecuados.
Pero, ¿cómo cree Ud.
que puede llegar en
América Latina el
mensaje y el grito
de libertad e
igualdad a los
grupos sociales más
desaventajados o
aislados,
marginados, a nivel
económico y
cultural?
R.:
“Para responder me
permito empezar
señalando que cuando
la gente no puede
usar una filosofía,
o dice: “a mí esta
filosofía no me
sirve para nada”,
algo falla, pero no
en la gente, sino en
la filosofía. ¿Qué
falla en una
filosofía? Falla su
planteamiento acerca
del para qué es.
¿Para qué se hace
filosofía? Todo esto
tiene que ver con
una historia muy
larga que es la
separación entre
filosofía y vida,
entre la filosofía y
el cotidiano.
Entonces, esto tiene
que ver con la
academización de la
filosofía. La
filosofía se ha ido
separando de la
calle y se ha
retirado a las
universidades. En el
mismo Occidente la
filosofía, por
ejemplo, con
Sócrates está en la
calle. El método
socrático todavía es
una filosofía que
dialoga con la
gente, que interpela
a la gente en la
calle; pero ya
Aristóteles y Platón
sacan la filosofía
de la calle y la
llevan juntos a una
academia. Hasta hoy
sigue la filosofía
en la academia, en
las universidades.
De ahí que se suela
considerar que el
lugar propio de la
filosofía es la
universidad y la
facultad de
filosofía. Pero esto
es un error y es lo
que intenta
rectificar el
movimiento de
Filosofía
Intercultural, en el
sentido de que trata
de crear una nueva
filosofía popular, a
partir de las
tradiciones
cotidianas del
pueblo, del pensar,
de la sabiduría de
la gente. Ya la
praxis de la gente
implica un
pensamiento y es a
partir de esta
cultura popular,
como lo planteó el
filósofo italiano
Antonio Gramsci, que
se hará una
filosofía popular,
es decir, una
filosofía que no hay
que traspasar, que
no hay que
transferir, que no
hay que traducir a
la categoría
popular, sino que
nace de las
prácticas y de las
iniciativas de la
gente que vive.
Esto
significa
“desfilosofar” la
filosofía,
“desacademizar” la
filosofía, es decir,
sacar la filosofía
de la academia, para
que vuelva a la vida
de la gente, para
que vuelva a la
calle, para que use
la terminología que
usa la gente y vea
que sus problemas no
son sus problemas,
sino los problemas
concretos de la
gente. La filosofía
tiene que empezar a
pensar no en los
problemas que ella
tiene en su
historia, sino en
los problemas que
atañan a la gente:
el problema, por
ejemplo, de
convivencia social,
el problema de la
justicia, el
problema del reparto
de la riqueza. Los
problemas de la
filosofía son los
problemas del
mundo”.
P.:
Yo también creo que
el verdadero
filósofo debería
estar en las calles,
entre la gente,
predicar sus ideas,
encontrar el favor
de la opinión
pública. ¿Cuál es
entonces el papel
del intelectual y
del filósofo de hoy
en día en América
Latina?
R.:
“Yo lo veo como una
figura de
acompañamiento, una
figura que acompaña
el proceso, que no
se adelanta, una
figura que está
comprometida como la
comunidad. Yo veo el
filósofo no como un
individuo, sino como
un ser comunitario
que comparte la
vida, que comparte
los problemas de la
gente, que comparte
el lenguaje de la
gente y que a partir
de esto empieza con
la gente a pensar.
Digamos que lo veo
como un “compañero”
en una comunidad de
pensamiento, de
vida, etc. Creo que
es muy importante
para el filósofo
tener comunidad de
vida y no aislarse.
Lo veo en el medio
de la gente y no
como un intelectual
separado”.
P.:
En conclusión,
Estimado Profesor,
quería hacerle una
pregunta algo
diferente, personal,
que en un principio
podría parecer que
se aleje del ámbito
filosófico de la
entrevista, pero
que, en mi opinión,
interesa a toda su
obra, a toda su vida
intelectual y
también religiosa y
personal.
Estamos en una época
histórica con muchos
cambios, en continua
y rápida evolución;
nos enfrentamos con
diferentes campos
del saber y de las
ciencias. Y como el
modelo de la
Filosofía
Intercultural que
Ud. propone se basa
en una metodología
interdisciplinar, en
un saber polilógico
y polifónico, quería
preguntarle ¿qué
piensa Ud. de las
Ciencias
Alternativas que se
están difundiendo en
el mundo[4]?
R.:
“No quiero ser
definitivo, pero
creo que una pista
para la respuesta
podría estar en
decir que el
desarrollo de la
ciencia occidental
ha estado motivado
por la pregunta de
cómo podemos dominar
el mundo. La ciencia
es un saber
finalizado por el
interés de dominar y
controlar el mundo,
para, a través de
ese control del
mundo, como del
control de la
naturaleza, darle
una seguridad al ser
humano. Ha sido una
ciencia muy
instrumental. Es un
instrumento para
dominar, para
explorar la
naturaleza, para
hacernos más ricos,
etc. En este
sentido, la ciencia
occidental ha ido
creando un gran
aparato artificial.
Pero hay una
pregunta en el aire,
que es la pregunta
del sentido profundo
de la vida: ¿qué
sentido tiene la
vida? Esta es una
pregunta muy clásica
en Occidente, que ya
se planteó la
filosofía griega con
Aristóteles: la vida
buena.
¿Qué
significa vivir
bien, llevar una
vida buena? Esta
pregunta por la
bondad de la vida ha
pasado a un segundo
plan, ha sido
olvidada. Sin
embargo, esta
pregunta responde al
sentido de la vida.
Es la pregunta que,
en realidad, debe
orientar el ideal de
nuestra voluntad de
saber. Pero, como
decía, ha sido
relegada por el
tecnicismo del saber
científico. Aunque
hoy hay una reacción
y se vuelve a
preguntar por el
horizonte del
sentido de nuestra
vida. Este
replanteamiento de
la pregunta del
sentido me parece
que es una pista
para responder de
dónde viene esta
búsqueda. La gente
empieza a buscar de
nuevo porque no está
contenta con lo que
hay en el horizonte;
un horizonte
estrecho, lleno de
artefactos, pero que
no responde al
sentido verdadero,
profundo. Hay una
separación entre la
dimensión de la
artificialidad y de
lo artefacto, de la
dimensión
instrumental, y de
la dimensión humana
del sentido último.
Pero tenemos que
plantear esta
pregunta que es, en
fin de cuenta, la
pregunta por el para
qué de todo ser y
hacer.
Esta
es una pregunta
clásica de la
filosofía, la
pregunta por el
sentido: ¿Puede
responder la ciencia
a esta pregunta por
el sentido? La
ciencia
racionalista, la
ciencia instrumental
no puede hacerlo.
Por eso la gente
empieza a buscar,
por la mística, por
la poesía, por la
religión; hay muchas
pistas para buscar
una respuesta a este
cierre de
horizonte”.
P.:
¿Entonces, podemos
afirmar que el mundo
se mueve también
desde ámbitos del
saber que no son
dominantes?
R.:
“Sí, y de otro modo;
complementando el
discurso, podemos
decir que, a pesar
de todo esta
ideología dominante,
están las memorias,
las tradiciones, las
culturas que
trasmiten sus
valores. El
“encanto” o la
“magia”, por
ejemplo, está
latente en el mundo,
está presente, y
esto hace que la
gente sienta que
falta algo. Esto es
como una nostalgia,
por la que se
presiente que hay
algo”.
P.:
¿Y esto es parte de
la vida y esto lo
percibe la gente?
R.:
“Sí, y es parte de
la búsqueda. Pero
también, como
anotaba, es la
herencia del
problema de la
ciencia moderna, de
la ciencia dura, de
la tecnociencia, que
cree que todos los
problemas, también
los problemas del
ser humano, sólo se
arreglan con la
ingeniería. Esto es
lo que hoy se nota:
que no todo en la
vida reclama
soluciones de
ingeniería. No todo
se puede resolver
por un arte de
mecánica y de
ingeniería, porque
hay cosas de
humanidad que
reclaman otra
dimensión. Esta es
la función de estas
“ciencias
alternativas” que
son tan científicas
como las otras,
porque quieren
responder a la
pregunta. Creo que
esta es una de las
grandes luchas que
tiene la
Interculturalidad:
ver como se
“pluraliza” este
horizonte de la
ciencia para que la
misma ciencia sea
“plural”, es decir,
que se reconozca,
que hay muchas
maneras de hacer
ciencia y que hay
muchas maneras de
dar razón de lo que
hacemos”.
P.:
¿La filosofía, como
otras inteligencias,
artes u otros
conocimientos, tiene
que dialogar con
estas dimensiones
alternativas de
saber, correcto?
R.:
“Bueno, la filosofía
tiene que diluirse
en las dimensiones
de la vida, surgir y
recomponerse desde
las dimensiones de
la vida, desde las
dimensiones del
arte, de la
estética, de la
poesía, de la
religión, desde lo
que la gente siente.
Debe entrar más en
el río de la vida,
en el fluir de la
vida y en lo
cotidiano y salir
desde ahí, renacer
desde ahí. Esto
significa dejar en
gran parte la
racionalidad que la
aparta del caminar
de la gente”.
P.:
Estimado Profesor y
Maestro, hemos
llegado al final de
esta maravillosa
“clase” sobre las
nuevas visiones del
mundo que ofrece la
Filosofía
Intercultural. Para
cerrar sería
interesante conocer
los objetivos de los
encuentros
internacionales de
filosofía cuál
diálogo, cuáles
objetivos se ponen
encima del tablero
de ajedrez de la
filosofía del mundo
durante los
congresos
internacionales de
la Filosofía
Intercultural.
Recordamos los
últimos eventos: en
Senftenberg en 2005
y en Buenos Aires en
2007.
R.:
“El VI Congreso de
Filosofía
Intercultural lo
realizamos en
Senftenberg del 23
al 27 de mayo de
2005. El tema fue
“Cultura dominante e
Interculturalidad”,
con la cuestión
central de cómo
puede practicarse la
interculturalidad en
el contexto de un
mundo que tiene una
cultura dominante en
el sentido del
proyecto de
civilización de
Occidente. ¿Qué
desafío significa
esto para la
práctica de la
interculturalidad?
Estuvimos haciendo
primero lo que
llamamos una
fenomenología de la
cultura dominante:
establecimos, por
ejemplo, qué
significa la cultura
dominante de la
economía, del
sistema económico
dominante, qué
significa la cultura
dominante de la
información, qué
significa que los
medios de
comunicación estén
enmarcados en una
cultura determinada
y concreta. Hicimos
varios análisis de
la relación entre
cultura y poder:
ésta fue la parte
fenomenológica y de
diagnóstico de cómo
se manifiesta hoy en
día la cultura
dominante en la
economía, en la
política, en las
relaciones entre
géneros, etc.
Luego, en la segunda
parte del Congreso
se planteó el
problema de la
práctica
intercultural, para
ver cómo se
practica, a pesar
del predominio de
una cultura
dominante, la
filosofía
intercultural o la
interculturalidad en
varias regiones del
mundo. Tuvimos una
experiencia de
Argentina, una
experiencia de un
pueblo indígena de
Canadá, otra de un
pueblo andino,
además, otra de
Bolivia. Pero
tampoco faltaron
voces de la
filosofía africana y
de la filosofía
asiática. De modo
que se pudo
reflexionar sobre
varios modelos de la
práctica de la
interculturalidad.
La
última parte del
Congreso fue
dedicada al proyecto
político de la
Europa actual. ¿Qué
significa tener una
federación europea
de Estados, qué
significa la Europa
de las regiones? ¿Qu
sería lo más
deseable para la
Interculturalidad en
Europa? Tales fueron
las preguntas
rectoras en esta
sección, donde se
perfiló la “utopía”
de una Europa de
regiones en
solidaridad que
buscan un desarrollo
propio en equilibrio
con las
posibilidades y
necesidades de
todas.
Por
su parte el VII
Congreso
Internacional de
Filosofía
Intercultural, que
se celebró del 23 al
27 de Septiembre de
2007 en Buenos
Aires, se dedicó al
tema de “Culturas de
humanización y
reconocimiento”,
intentando analizar
los diferentes
conceptos del ser
humano desde la
interculturalidad.
Su objetivo era
además el de
concretar la
presencia de la
filosofía en el
debate sobre la
cuestión
antropológica en el
marco de los nuevos
proyectos de las
ciencias naturales y
sociales,
entendiéndose que la
presencia de la
filosofía en este
debate no podía
tener otra que la
de ayudar a
interculturalizar la
cuestión
antropológica.
P.:
La siguiente cita
con la filosofía
intercultural a
nivel mundial será
en Corea. ¿Cuándo y
cuáles serán los
retos principales?
R.:
“El VIII Congreso
Internacional de la
Filosofía
Intercultural se
celebrará en Seúl,
del 1 al 4 de julio
de 2009. El título
será: “La vida
buena como vida
humanizante.
Concepciones de la
vida buena en las
culturas y sus
consecuencias para
la política y la
sociedad”. Como
se puede intuir del
título, el tema está
enfocado al estudio
de las concepciones
de “vida buena” como
vida centrada en la
“humanitas”. En la
primera sección se
hará una especie de
fenomenología de la
buena vida en
diferentes
tradiciones
culturales de Asia,
África, Europa y
América Latina.
En
la segunda parte, en
cambio, se evaluarán
más bien las
consecuencias, los
efectos, las
ventajas para la
política y la
sociedad; a parte de
esto, también se
evaluará la
importancia de la
“buena vida” en la
educación para la
transformación
intercultural de la
política y la
sociedad.
En
fin, quisiera
agradecer al
Profesor Raúl Fornet-Betancourt, filósofo
de fama
internacional,
porque gracias a sus
lecciones de una
vida desarrollada a
la luz nueva de la
interculturalidad,
no solamente ha
permitido que me
planteara la
pregunta sobre el
sentido verdadero de
la vida, sino
también ha permitido
que las prácticas
interculturales
lleguen a ser
reales, gracias al
compromiso constante
que nos enseña a
través de la fuerza
del diálogo
intercultural.
Mis
agradecimientos van
también al Profesor
Michele Borrelli de
la Universidad de
Calabria por su gran
disponibilidad.
Marisa Di Martino
[1]Fornet-Betancourt,
R., Transformación
Intercultural
de la
Filosofía,
Bilbao,
2001.
[2]Para Roberto
Fernández
Retamar,
Calibán es
el símbolo
de
Latinoamérica
y Próspero
es la imagen
de EE.UU. en
su ensayo Calibán.
Apuntes
sobre la
cultura en
Nuestra
América (1917), pero
abandonará
su tesis
planteada en
1971, en dos
artículos
posteriores:
“Calibán
revisitado”
(1986) y
“Adiós a
Calibán”
(1993),
aduciendo
que la
metáfora de
América
Latina puede
ser otra,
pero que el
estatus
colonial de
la cultura
latinoamericana
subsiste
todavía.
[3]Ante la
expansión
continental
de los
Estados
Unidos y el
éxito de sus
valores
pragmáticos
y
materialistas,
Rodó subrayó
que América
Latina debía
desarrollar
sus propios
valores
espirituales,
“el genio de
su raza”,
para ello
propuso como
símbolo de
semejante
proyecto al
personaje
Ariel,
contrapunto
de Calibán
(anagrama de
caníbal) que
simboliza al
craso
utilitarismo
estadounidense.
El pensador
uruguayo
estimaba que
la
espiritualidad
de Ariel no
la poseía la
cultura del
país
norteamericano.
Tal
espiritualidad
hundía sus
raíces en el
ideal
grecolatino
de belleza y
el ideal
cristiano de
caridad,
componentes
indispensables
para forjar
una sociedad
moderna
valiosa no
sensualista.
[4]Esta
Ciencia se
dedica al
estudio de
lo que no se
puede
demostrar y
mezcla el
saber
objetivo y
observable
(lo que se
puede
demostrar
siempre y en
cada lugar)
y el saber
oculto, (muy
antiguo)
para
estudiar las
fuerzas
escondidas
de la
naturaleza ù
y del ser
humano, o
energías que
todavía no
se conocen.
Esta ciencia
nos dice que
lo conocido
por la
ciencia
tradicional
sólo es el 5
% de las
energías del
cosmo y
corresponde
al 5% de las
potencialidades
conocidas de
nuestro
cerebro. El
95 % es
desconocido.
Lo que nos
interesa es
que esta
Ciencia
Alternativa
ha teorizado
la
existencia
de una
fuerza que
mueve el
cosmo, la
así llamada
“fuerza
débil” (la
que está en
el núcleo
del que se
identifica
también con
la fuerza
del Amor o
con la Luz).